🇨🇳 China y la falacia de la autocracia eficaz
Para asegurar el progreso y su legitimidad necesitamos garantizar la crítica a las decisiones que pretenden impulsarlo.
A principios de abril de 2020 la ciudad china de Wuhan terminaba su cuarentena. Sus habitantes salieron a celebrar que el número de nuevos contagios de SARS-CoV-2 había disminuido hasta un nivel manejable. A medida que estas imágenes de felicidad llenaban las pantallas de países que estaban en mitad de sus cuarentenas, con los gráficos de casos y muertes desbocadas en lo que sería el primer pico de la pandemia, también comenzaron a surgir rumores que elogiaban la mano dura y decidida en la lucha contra la pandemia. A media voz se oían variantes del argumento de que el virus se había logrado controlar gracias a la capacidad de tomar decisiones rápidas y hacerlas cumplir en la población, características ambas distintivas de un régimen de mando piramidal como el chino.
Dos años y siete meses después, en noviembre de 2022, las imágenes que llegan de China son bien distintas. La disconformidad con las políticas de cuarentena y aislamiento que pretenden suprimir el mayor pico de contagios medido en el país están produciendo las protestas más intensas y extensas enfrentadas en décadas por el Partido Comunista Chino.
El argumento autoritario
En los últimos años ha emergido en una extraña alianza: la vieja izquierda más nostálgica se ha unido inesperadamente a una élite occidental de perfil ejecutivo que ha visto en la nueva China un paradigma de eficiencia sin igual. Estas personas han comenzado a elogiar la capacidad de tomar decisiones rápidas y hacerlas cumplir en la población como una forma eficaz, superior incluso, de enfrentarse a los problemas públicos. Son ideas que yo mismo me he encontrado en foros inesperados (o al menos para mí lo eran) en 2014, 2015, 2016. Casi siempre en términos comparativos: “si no espabilamos nos van a dejar atrás”. En esta primera persona del plural entra España, Europa, Occidente; y en ese “espabilamos”, el cuestionamiento más o menos explícito del proceder democrático para la toma de decisiones: nos demoramos mucho, damos muchas vueltas, no llegamos a acuerdos sostenidos en una sola dirección, etcétera.
Creo que entre 2014 y 2016 se dio en España un escenario especialmente propicio para la defensa del argumento de la eficacia autoritaria: llevábamos más de media década de crisis económica tras el estallido de la burbuja inmobiliaria sin que hubiéramos levantado cabeza del todo, y estábamos sumidos en una inestabilidad política sin precedentes desde la Transición a la democracia, caracterizada por una fragmentación del voto y el surgimiento de nuevos partidos que aspiraban a competir con los viejos en pie de igualdad, lo que dificultaba enormemente la gobernabilidad. El contraste entre la foto fija de parálisis en declive económico y la (supuesta) posibilidad de una acción ágil y coordinada resultó irresistible para algunos,
La cristalización de este argumento durante la pandemia fue casi automática: ante una crisis no hay tiempo para discutir qué hacer. Hay que hacer. Y el gobierno chino estaba haciendo. O eso parecía.
La falacia
En China un 60% de los mayores de 80 años NO tienen las tres dosis necesarias de cualquiera de las vacunas de origen chino para proporcionar una protección sólida contra enfermedad grave de covid-19. Para los mayores de 60 la cifra es de un preocupante 30%. En España ya se está administrando la cuarta dosis a las personas de más edad. Además, China no cuenta con vacunas mRNA, cuya protección de largo plazo parece notablemente más robusta (por ahora). Por si no fuera poco, el sistema de salud chino es notablemente más frágil y de menor capacidad que el de la abrumadora mayoría de democracias occidentales de ingreso medio en adelante.
La complejidad demográfica y territorial, así como las desigualdades de partida y el menor nivel de renta per capita, ponían a China en mala situación de partida. Pero otros países también tienen esos retos estructurales y sin embargo se decidieron por una estrategia distinta que empezó por los cierres, pero a diferencia de la china progresó hacia la apertura gradual, secuenciada con la la inmunización por vacunación y la ampliación de ciertas áreas críticas del sistema sanitario.
Quienes miraban con envidia a China durante 2020 y 2021 lo hacían con el ojo tuerto: por una parte, no observaban el proceso completo hacia adelante. Por otra, eran incapaces de comparar no sólo momentos o evoluciones, sino también niveles. Un poco como quienes venían a defender(me) la aproximación china a la política económica entre 2014 y 2016.
La superioridad de la democracia
Pero la crítica a la defensa de la eficacia autoritaria debe ir incluso más allá: un desafío tan complejo como el de la pandemia requiere la participación de todas las mentes que se puedan reunir para abordarlo de manera eficaz. La rapidez y el alcance del virus lo convierten en una situación sin precedentes que afecta tanto a la demanda de cuidados como a la economía y la vida cotidiana a nivel mundial. En este contexto, los modelos de creación y comprobación abierta, estructurada y basada en el conocimiento son la mejor opción para recibir ideas, someterlas a una crítica constructiva, ponerlas a prueba y decidir cuáles son las más adecuadas para abordar el problema. De esta manera, se pueden obtener resultados más rápidos y eficaces en la búsqueda de soluciones.
Por el contrario, adoptar un enfoque autoritario y hacer que toda la población cumpla a la fuerza con una medida determinada puede tener consecuencias negativas a largo plazo. Al renunciar a la libertad de expresión y a la capacidad de cuestionar a las autoridades, se pierde la oportunidad de tener una discusión abierta. En lugar de adoptar un enfoque autoritario, fomentar la participación y la transparencia en la toma de decisiones garantiza que se pueden corregir las decisiones inadecuadas en caso de que se produzcan.
En las democracias nos quejamos mucho de los cambios de dirección y las contradicciones entre niveles de gobierno (autonómico, estatal, europeo) durante la pandemia. Pero la realidad es que el agregado de ese proceso desordenado e incómodo produjo un equilibrio que probablemente sea más resiliente a largo plazo: las vacunas mRNA (posibles, entre otras cosas, porque una científica en un país entonces comunista como la Hungría per-caída del Muro terminó en una universidad estadounidense) y su amplia aceptación social, la capacidad incrementada en cuidados intensivos, las mascarillas como recurso nuevo de empleo flexible son herramientas que se nos quedan ahí para convivir con este y otros virus durante décadas.
Pero es que además la toma de decisiones consensuada y basada en la evidencia es importante porque permite contar con credibilidad y legitimidad. El monopolio de la violencia sin duda condiciona el comportamiento de las personas, pero rara vez es capaz de crear comportamientos desde cero por sí mismo que sobrevivan a la coerción.
Para lograr cualquier tipo de cambio duradero es necesario adoptar un enfoque abierto y transparente basado al mismo tiempo en la evidencia y en la democracia. De esta manera, se pueden tomar decisiones justas y eficaces que sean aceptadas por la sociedad en su conjunto. Paradójicamente, para garantizar el progreso y su legitimidad, es necesario que siempre haya personas dispuestas a cuestionar y criticar las decisiones tomadas.
El dilema para China, hoy
Hace pocos meses el gobierno de Xi Jinping se jactaba de que las muertes contabilizadas en su territorio por covid-19 eran una fracción de las observadas en otros países, como en los Estados Unidos. Pero ahora debe escoger si ser reactivo a las protestas, proceder con una apertura rápida y desordenada, arriesgando un volumen de casos críticos inmanejable; o si mantener la posición actual, con el consiguiente problema de legitimidad política y daño económico (que es también daño al bienestar físico de su población). Al final del camino, la cuenta del bienestar perdido a causa de la pandemia y las decisiones en torno a ella no será solo el de las vidas desaparecidas entre 2020 y 2022.
Este dilema es especialmente agudo en una dictadura, porque admitir que no tenías razón es mucho más caro. Sobre todo si tu mito fundacional hacia adentro y también de cara al exterior es tu eficacia en la gestión de crisis.
Escoja el camino que escoja, ese mito fundacional quedará dañado de manera irreversible para la China de Xi.