✙ Contra la neonostalgia
Creo que podemos resolver los problemas que ha traído el aumento de autonomía individual sin salirnos de los parámetros de la libertad.
El argumento, destilado, es (o yo lo leo) así: las nuevas libertades de las que disfrutamos en el plano tanto económico como individual han supuesto un coste excesivo para la cohesión social. Utilizar el aumento de libertad de elección (de estilo de vida, lugar de residencia, medios con los que informarnos o serie en Netflix) como vara para medir el progreso es una trampa a largo plazo porque reduce el bienestar y la felicidad al extraer un elemento fundamental para su sostenibilidad: el mantenimiento del tejido social.
Este es el argumento que extraigo de las columnas y los tuits de Ana Iris Simón. También del reciente libro de Víctor Lapuente (hay muchas cosas que separan a estos dos autores, pero aquí me interesa lo que los une). Estaba hace más de cien años en Georg Simmel o en Durkheim, que lo llamaba “anomia”. Y es una de las vértebras centrales en la columna de la civilización cristiana. La consecuencia inevitable: deberíamos renunciar a ciertos grados de libertad individual para reconstruir vínculos comunitarios.
Lapuente hace un decálogo destinado a rebajar la importancia del yo. Simón se revuelve contra lo que considera una infantilización de la etapa adulta. La segunda habla más de familia. El primero, de vida en sociedad y auto-descubrimiento espiritual. Ambos son los ejemplos que más me han interesado de una cierta corriente de opinión difícil de clasificar: implica una reacción sin ser reaccionaria, prevé contra cambios sin proponer un conservadurismo puro, alerta contra los excesos del liberalismo sin ser anti-liberal. Busca algo nuevo, pero rescatando elementos de lo viejo. Llamémosla neonostalgia.
La aportación de la neonostalgia
“Tu libertad es en realidad tu prisión” sería, creo, un buen eslogan para esta (por demás, diversa) corriente. Que puedas elegir librarte de ciertas ataduras sociales implica inevitablemente que te vas a vincular a otras. Te sales de la familia, el barrio, el pueblo y el grupo de amigos del colegio que te tocó en suerte. Pero te metes en la burbuja ideológica, estética, cultural que acaba restringiendo aún más tus grados de autonomía. Solo te verás con gente igual que tú, irás a bares donde ponen música que ya te gusta, leerás y verás cosas con las que estás de acuerdo, y pondrás todo tu alrededor al servicio de construirle una jaula de oro a tu ego.
Sí: acumulamos evidencia creciente sobre consumo mediático en cámaras de eco, partidismo como vector central de pensamiento, e incluso reordenamiento geográfico basado en preferencias ideológicas. A medida que ganamos grados de autonomía individual, esta construcción de jaulas de oro es relativamente inevitable: Jeremy Bentham nos decía que
el máximo excedente de placer sobre el dolor [constituye el] objetivo cardinal del esfuerzo humano
Así que cuando podemos, nos vamos del pueblo que no nos gusta a la ciudad que nos promete; dejamos de ver a la familia que nos incomoda; dedicamos nuestro tiempo a consumir aquello que nos produce placer.
Las críticas a esta (burda) maximización de la utilidad individual son bien conocidas y tratadas por la filosofía moderna más alejada del utilitarismo. También necesarias. En esencia, si nos convertimos en máquinas de la satisfacción inmediata, estaremos renunciando a objetivos que nos sobrepasan, que van más allá de nosotros. Al hacerlo, romperemos equilibrios cooperativos que antes eran capaces de producir bienestar a largo plazo. Algunos ejemplos que resuenan estos días:
→ Si no queremos tener hijos para priorizar nuestras carreras o la cola de reproducción de Netflix: ¿quién pagará nuestras pensiones? ¿Qué mentes talentosas resolverán los puzzles que nos esperan en el futuro si dejamos de producir mentes talentosas para el futuro?
→ Si solo nos juntamos con personas que están de acuerdo con nosotros, ¿qué será de la democracia como mecanismo para resolver problemas comunes? ¿Nos sentiremos tan amenazados por (nuestra imagen distorsionada d)el grupo antagonista que estaremos dispuestos a priorizar una dictadura de los nuestros sobre una eventual cesión de poder a los otros?
→ Si vaciamos algunos lugares para agolparnos en otros, ¿qué será de esos pueblos y ciudades, de la gente que allá queda porque no puede o no quiere salir?
Todo esto son preguntas válidas (yo mismo las he planteado en alguna ocasión) que en no poca medida implican el cuestionamiento de las jaulas de oro.
Lo que discuto es la manera en que la neonostalgia parece querer abordarlas.
El problema de la neonostalgia
¿Podemos romper una jaula de oro sustituyéndola por las antiguas jaulas de hierro oxidado? Aquellas en las que generaciones anteriores se vieron obligadas a pasar sus días, particularmente cuando uno había nacido en el lugar equivocado, o con el sexo, color de piel, estatus social menos favorables. Yo creo que no. Me consta al menos que Lapuente está de acuerdo conmigo: así lo dice en su libro, al proponer un retorno de las ideas de “Dios” y “Patria” como pegamentos unificadores del tejido social, pero advirtiendo contra sus versiones perversas: fundamentalismo y nacionalismo. Otras voces neonostálgicas hablan de “familia” (un asunto recurrente en el discurso de Simón, por ejemplo).
Pero en Dios, Patria y Familia están insertadas inevitablemente la posibilidad de fundamentalismo, nacionalismo o cualquier otro mecanismo de restricción drástica de la autonomía individual: simplemente, porque la reemplazan como objetivo último a conseguir por la felicidad o el bienestar, normalmente grupal. Y ahí se abre la puerta para la pregunta sin respuesta: ¿quién define qué es la felicidad, el bienestar del grupo?
Los códigos políticos y morales basados en la libertad solo tienen una respuesta a esta pregunta: nadie, salvo los individuos, puede decidir eso por ellos mismos. Este núcleo inesquivable proviene del miedo precisamente a lo que se atisba cuando se entreabre la puerta a que otros lo definan por él. La democracia liberal o pluralista es apenas el mecanismo con el que hemos dado para agregar estas decisiones individuales sin reemplazarlas.
Lo que yo creo es que es posible dar respuesta a los retos señalados por los neonostálgicos sin salir del espacio pluralista-liberal. Sin recurrir a Dios, Patria y Familia. La prueba es, de hecho, que los debates ya están en marcha. Los tres ejemplos que he escogido ocupan buena parte de las discusiones que hoy tenemos sobre el futuro. Claro que asumimos que para resolverlos será necesaria la restricción de los grados de autonomía de los individuos, mediante el sistema de castigo-incentivo en el que se basa cualquier política pública. La diferencia crucial es que en este caso dichas restricciones las decidiremos dentro del vector de la agregación de preferencias individuales. El proceso es más arduo, lento e inseguro. Pero seguramente produce resultados más sostenibles e inclusivos: por ejemplo, si acabamos definiendo más y mejores políticas de fomento de la natalidad (ojalá lo hagamos), hacerlo sin los disfraces de los objetivos supra-individuales acabará seguramente incluyendo en dichas políticas a familias más diversas. En lugar de pensar en familia como Familia con XYZ elementos fijos, podremos pensar en ellas como formas de organización del cuidado y la crianza cuyo resultado esperado es una mayor tasa de natalidad con una distribución de las tareas que conlleva más equitativa, beneficiosa para todas las partes implicadas.
Creo además que el coste y el riesgo que asumimos al abrir esa puerta no vale la pena el incierto beneficio potencial. Sobre todo, no lo vale si eres de los que puede acabar en el lado equivocado de la definición de bienestar/felicidad grupal. Si esa es la única elección a nuestro alcance (y, como he dicho en el párrafo anterior, no creo que lo sea), prefiero la seguridad de una jaula de oro a la posibilidad de una jaula de hierro oxidado.
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Otro atractivo de la neonostalgia parece ser su utilidad estratégica. Si la naturaleza del comportamiento humano es tribal, ¿no se maximizarían los resultados de cualquier propuesta política si ésta apela a la máxima comunidad disponible? La Patria, por ejemplo. ¿No será que los moderados, liberales, pluralistas no ganan elecciones porque no incorporan esta inevitabilidad a sus estrategias, a su discurso?
Hace mucho que los liberales son conscientes de este tipo de límites. También los de izquierda: Isaiah Berlin entendía que el sentimiento de pertenencia [sense of belonging] es un rasgo inesquivable del carácter de cualquier individuo. Pero cada vez que caen en la tentación de priorizarlo sobre el individuo, pierden su esencia. Y otros, que siempre priorizaron la comunidad sobre el individuo, se lo echan en cara. Le ha pasado, por ejemplo, a Macron en los momentos más patriotas de su mandato. Le pasó a Albert Rivera, hasta el punto de perder por completo su norte.
Para los liberales, la patria es como el sol era para Ícaro: una tentación que produce el espejismo de hacerles volar más alto, solo para que se acaben desplomando porque ese calor solo lo aguantan los auténticos patriotas.