⑆ El dilema central en torno a las redes
Redes como lugares de encuentro vs. la fragilidad de la centralización.
Este artículo fue publicado originalmente el 5 de octubre de 2021.
Ayer pasamos entre cinco y siete horas sin Facebook, WhatsApp ni Instagram. Y esto ha tenido un coste para la sociedad. De cuánto, es difícil (imposible) decirlo con precisión. Pero podemos hacer un intento a través del dinero, que al fin y al cabo es el único mecanismo cuasi-universal para definir valor.
Según esta interesante aproximación, el consumidor mediano de EEUU estaba dispuesto a dejar de lado Facebook por 38 dólares al mes. Digamos que ese es el valor aproximado que le otorgamos a cualquier red social, y que podemos extrapolarlo a todos los usuarios (ya, difícil porque están en países y pertenecen a niveles de renta muy distintos, pero es la cifra que tenemos). Facebook tiene 2.900M de usuarios activos mensuales (personas que entran al menos una vez al mes); WhatsApp, 2.000M; Instagram, algo más de 1.000M. Si dejamos a todos ellos durante un mes sin acceso a estas redes y tomamos esos 38$ como aproximación burda del valor perdido, estaríamos hablando de 224.200M$ en utilidad perdida. Un día sin ellos son unos 7.500M$. Medio día, 3.250M$.
No hablo de pérdidas monetarias ni de ingresos reales, sino de utilidad aproximada, insisto. Aquí el dinero representa (por ahora) valor.
Un hospital de una ciudad mediana o pequeña en España te sale por unos 125M$. Es decir: hoy se han perdido unos 30 hospitales como éste en valor/utilidad.
¿Por qué estoy haciendo estas comparaciones que pueden parecer absurdas (“¡claro que un hospital vale más que 6h en Facebook!”)? Porque, más allá de las cifras concretas, quiero aproximar el valor que las redes aportan a nuestra vida. Ayer miles de negocios pequeños sufrieron por falta de acceso a sus plataformas principales de venta. Yo no pude hablar de manera tan fluida con mis padres, ni con amigos (físicamente) muy lejanos. Dejé conversaciones de trabajo a medias. Tampoco puede consultar en Instagram los perfiles de artistas jóvenes que me interesaron de la Feria de Arte de Bogotá recién terminada (gente para la que su portfolio principal es esta red social). Y así vamos sumando y multiplicando utilidades que dependen del ecosistema de redes. De las actividades listadas, solo algunas tenían sustituto en otros espacios, y siempre subóptimo.
Porque realmente el valor añadido de las plataformas reside en que todos queremos estar en la misma.
Son lugares de encuentro, puntos a los que acudimos como quien va a un mercado, a un bar del que es habitual, o a la oficina: porque sabemos que allí nos encontraremos con otras personas con las que queremos llevar adelante un intercambio.
Lo que pasa, el problema irresoluble, es que esta naturaleza del valor en el encuentro es también la principal debilidad de las plataformas. Ahora preferimos Amazon a una tienda porque allí encontramos todo, pero si un día falla Amazon no encontraremos nada. De la misma manera, cuando ha fallado FB/IG/WA se ha expuesto nuestra dependencia por la eficiencia que solo puede producir un lugar común de encuentro.
Este es el dilema central de las redes sociales y las plataformas que las sustentan: para que nos valgan lo que nos valen necesitamos que sean grandes y omni-abarcadoras pero sus riesgos y debilidades más importantes residen precisamente en que son grandes y omni-abarcadoras. Sus externalidades negativas, su fragilidad (que es la nuestra) ante ataques o fallos, la enormidad de las consecuencias de cada decisión que toman: todo está contenido en esta cuestión de tamaño.
No tengo una respuesta mágica a este dilema, la verdad. No espero que nadie la tenga. Sólo creo que la experiencia de ayer lo subraya, y que es crucial que lo tengamos presente cuando pensemos en cómo organizar el futuro.