El momento Warhol (por qué ✎ Notas)
Una entrega extra para explicar por qué me he embarcado en esta movida. Y, de paso, reflexionar cómo está cambiando la comunicación en esta época de madurez y reconsideración de las redes sociales.
Este lunes pasado (15 de marzo) me llegó un meme por dos sitios distintos. Era (es) muy buen meme. Me llegó solo la imagen, pero tan pronto la subí a Twitter, @Patricia Fernández de Lis me informó de la autoría:
@Ramón González Férriz, una de las personas que me lo reenvió en un grupo, lo hizo añadiendo la frase: “los memes son ya una de las bellas artes”. No había amago de ironía en sus palabras, al contrario: era una valoración sincera de un contenido rico en referencias tanto al contexto inmediato como a nuestro acervo cultural popular.
Patricia, por cierto, no fue la única persona que me refirió a la autora. El por qué, Ramón lo resumió mucho mejor que yo a renglón seguido, en el mismo grupo de WhatsApp: la creatividad, al final, quiere atribución.
Sí, hablamos así también en privado.
La demanda de atribución no venía de la autora, y esto es crucial, sino de la audiencia (que es al mismo tiempo también creadora). El resultado es, efectivamente, un inevitable Momento Warhol: queremos algo masivo pero que siga siendo exclusivo.
Twitter es un mal arreglo para compartir información en este tipo de contexto. En el dilema entre difusión inmediata y atribución original, la lógica de esta red prima claramente lo primero. También sucede con WhatsApp: son mecanismos de reenvío y comentario inmediato sin que la propia arquitectura de la plataforma favorezca demasiado una atribución reflexiva. Lo primero es reaccionar antes que los demás; compartir el meme antes de que lo haga otro.
Esta es, pienso, una de las razones por las que Twitter compró Revue, la plataforma desde la que envío estas ✎Notas. En su anuncio oficial destacaban los “escritores” y su público como motivación principal en esta adquisición. El foco estaba claramente en la autoría, y en su relación directa con la audiencia.
La estructura de la información en una newsletter es distinta. Esta que estáis leyendo, por ejemplo, la vengo escribiendo desde hace un mes. Primero tenía el final; luego añadí la conversación de arriba en torno al meme que se cruzó en nuestro camino. Vuelvo sobre lo escrito varias veces, muevo, añado o quito referencias. Edito. Me preocupo de las atribuciones (mientras escribo esto a Ramón aún le tengo que preguntar si le parece bien que publique una conversación de WhatsApp, por cierto).
La otra diferencia clave es la manera de entregarla. A un espacio que entendemos como más privado que casi ningún otro en internet (con permiso de la navegación en modo incógnito): tu bandeja de entrada ✉︎
Ambos factores determinan una relación muy distinta a la que se da en Twitter, que se parece bastante a ese “masivo pero que siga siendo exclusivo” que refería Ramón. Una cierta ilusión de escasez, o más bien de exclusividad.
Mientras, Twitter sigue estancado en un techo que gira en torno al 10% de la población española, y hasta podríamos decir que va perdiendo usuarios.ç
Mientras, otros ascienden. No es casualidad que toda la pléyade de la politología millenial (de la que soy y siempre seré orgulloso miembro) esté aterrizando en Twitch (holi). Creo que el arreglo que ofrece en el dilema difusión-atribución es mucho más adecuado al Momento Warhol. Creo también que favorece una relación distinta entre audiencia y comunicador. Este texto que me pasaba @Edgar Rovira hace un par de meses lo explica bien (aunque creo que es un poco exagerado en su tecno-optimismo generacional). Sus tres puntos clave y mi matiz a cada uno de ellos:
Multi-direccionalidad comunicativa pero manteniendo la figura de referencia a la que se dirigen las preguntas y la atención; se vuelve un catalizador.
Ruptura de la autoridad mediática tradicional pero sustituyéndola por otro tipo de autoridad: esa referencia catalizadora.
Honestidad antes que cuidado en el formato pero con un trabajo previo de prueba y error, de qué funciona y que no: una forma distinta de edición más en vivo, más cercana, pero edición al fin.
Twitter Spaces (su respuesta a Clubhouse, la app de moda de hace un mes que ahora ha sido destrozada por la copia) se siente un poco igual. Como un nuevo lugar en el que la autoridad y el proceso de decisión de los formatos se decide de una manera mucho más conversacional. Este martes por la noche abrí uno, improvisado, y se unió @Paco Vázquez-Grande para desmontarme por completo mi defensa de este argumento de Matt Yglesias anti-meritocracia.
Entre cincuenta y cien personas aguantaron una discusión no anunciada, trufada de referencias de filosofía política y anglicismos innecesarios.
Hay webinars de universidades centenarias con menos engagement.
La creación de memes en su forma más sofisticada funciona así. Hay cuentas en Instagram y en Twitter exclusivamente dedicadas a ello, casi siempre desde una posición ideológica concreta, pero capaces de manejar un abanico de herramientas simbólicas sin par. Del anarquismo mexicano al neo-liberal-conservadurismo español. También siguen una lógica de prueba-error-acierto, de edición en vivo, conectando con su audiencia en no poca medida a través de este mismo proceso.
Creo que en esa facilidad de entablar relaciones pero manteniendo emisores de referencia en un formato más horizontal, que produce esa sensación de exclusividad creativa gracias al acceso, es donde reside la esencia de este ‘Momento Warhol’.
¿El resultado? Productos más libres, menos permanentes, pero al mismo tiempo decididamente creativos. Nos liberamos de ciertos corsés (la columna, el libro, los 280 caracteres, el video editado para YouTube con cortes bruscos) y en la búsqueda de nuevos horizontes es que nos vamos encontrando.
Le leía hace poco a Joan Tubau un alegato pro-intuición, anti-plan en su newsletter.
No necesitas un plan.
Los genios nunca lo tuvieron. Hallarás patrones de comportamiento (la constancia en el trabajo y la valentía de corregir sobre la marcha) pero no una secuencia detallada desde la que alcanzar una meta. No sabían lo que hacían. Tampoco podrían explicártelo.
Y concluye: “mantener viva la curiosidad te dará unaventaja”.
No sé si conecto del todo con el tono ocasional de autoayuda del texto, pero sin duda me sentí plenamente identificado con el mensaje de fondo, particularmente en el momento actual.
Es probable que dicho momento acabe como el anterior, consolidando una serie de formatos cerrados que nos acompañen durante una década más o menos de manera estable. Pero, por ahora, no podría estar más contento, expectante y emocionado de formar parte de este proceso. Veamos a dónde nos lleva.
Ah: Ramón sí ha respondido :)
* * *
El arte plástico es una de mis renovadas aficiones durante la cuarentena, o lo que sea esto en lo que seguimos. En ella, busco puntos de reposo visual, de concentración absorbida. La exploración de nuevos artistas me lo da, paradójicamente observando obras que existen en el mundo físico pero a las que no puedo acceder sino en formato digital.
Aún así logro emocionarme con cosas como esta:
¿Estaría dispuesto a pagar por una versión digital exclusiva de una obra? Los NFT (tokens no fungibles) nacen con esta intención: un montón de metadatos que aseguran unicidad y también trazabilidad de las transacciones.
Hace tiempo que me topé con Sedition, una app/galería/tienda que vende arte exclusivamente digital.
Acabo de caer en que quizás esto es Andy Warhol al revés. Si él cogía una imagen millones de veces reproducida y la convertía en algo único, con este tipo de arreglos todo el mundo puede reproducir una imagen de la obra creada para ser única: la obra identificada con un NFT no la puede tener todo el mundo.
No me parece una mala solución al dilema exclusividad-difusión. No sé si es para mí: aún me gusta la emoción específica de lo físico en el arte plástico. Pero seguro que es para alguien.