✊ ¿El retorno del poder del trabajo?
¿Será que estamos viviendo un retorno del poder del trabajo vs. el capital, después de años de lo contrario? No lo sé, pero creo que vale la pena considerarlo.
Contexto. En las últimas décadas, el capital ha acumulado poder mientras que el trabajo (particularmente el no cualificado o semi-cualificado) lo ha perdido. Por ejemplo, en 🇺🇸 los más ricos se pasaron la última década del siglo pasado y la primera del actual acumulando por encima del resto del país.
Al mismo tiempo, el top 1% de ingresos ha crecido desproporcionadamente, mientras ese mismo top convertía el ingreso extra en riqueza acumulada.
En 🇪🇺 el 1% de más ingreso ha acumulado el 17% del crecimiento del PIB entre 1980 y 2017. El 50% de menos ingreso acumuló el 15%.
Es decir: aquellos que disponían de capital humano/relacional/social han podido apoyarse en él para convertirlo en riqueza. El mercado laboral ha desdibujado la brecha entre los propietarios de los medios de producción (empresarios) y los trabajadores más cualificados mientras que ha abierto la existente entre estos dos grupos y el resto (la mayoría) de trabajadores.
En paralelo, no sorprende que la presencia de sindicatos se haya ido al suelo.
En 🇨🇳, por otra parte, la riqueza privada ha crecido por encima de la pública, gracias específicamente al éxito de una nueva generación de empresas (y sus empresarios) que ahora el Estado chino quiere embridar.
Al mismo tiempo, solo en los últimos años la UE ha acumulado suficiente capital político para regular los nuevos grandes sectores empresariales.
En resumen: puede argumentarse que las revoluciones tecnológicas de las últimas dos décadas han producido un desequilibrio a favor de quien dispone de capital (financiero, pero también social/relacional o humano) para acumular más (y, con él, acumular poder).
Estos y otros muchos factores (permítanme simplificar) han llevado a situar las desigualdades en una posición privilegiada de la agenda de problemas para el siglo XXI.
Pero he estado viendo, leyendo varias cosas que me llevan a pensar si no hay ciertas razones para esperar un cambio de tendencia en los próximos años.
→ Disminución de la fuerza laboral. Ya no es sólo Europa: China está envejeciendo. América lo hará eventualmente. A diferencia de los años anteriores, las siguientes décadas pueden ser de reducción de la oferta de fuerza de trabajo. Si eso sucede, cada trabajador tendrá más poder de negociación respecto a su salario y condiciones laborales, porque se convierte en un bien más escaso en el mercado.
→ Aprendizaje organizacional. Los grandes sindicatos no surgieron de un día para otro durante la Revolución Industrial. Fueron años, décadas de prueba y error buscando un arreglo que evitara la ‘trampa’ central de la acción colectiva señalada en su día por Adam Przeworski: para cualquier trabajador, tiene más sentido a priori ofrecerse por un salario un poco más bajo que el de sus compañeros y quedarse con el trabajo, salvo que confíe en que nadie lo va a hacer y todos van a demandar a una un salario más alto. Ahora, al cambiar los espacios de trabajo, esa prueba y error se volvió a activar. Decimos “la fábrica facilitaba el encuentro y la identificación de necesidades comunes para los trabajadores más que Uber”, pero no está nada claro que esto no sea una interpretación a posteriori. Antes del triunfo de aquellos sindicatos, una parte del discurso público (empezando por Marx) subrayaba la atomización y alienación que suponía el trabajo en la fábrica. Hoy, de igual manera, creo que la conectividad e inmediatez de la información pueden ser interpretados como una barrera o como una ventaja para la organización. Lo que sin duda es cierto es que la manera de operar del sindicato debe cambiar. El paulatino aumento de visibilidad y victorias en nuevas organizaciones sindicales tal vez indica que el aprendizaje avanza.
→ Influencia individual en la cadena mundial. La pandemia ha hecho evidente que la cadena de producción y distribución globalizada estaba demasiado afinada. Un aumento imprevisto en la demanda de bienes, o un fallo inesperado (como un barco atascado en Suez) produce retrasos e incumplimientos en todo el proceso. Pero también la falta de trabajadores suficientes para, por ejemplo, ocupar los camiones en EEUU o los tanques de gasolina en el Reino Unido. El poder de ciertos trabajadores para que los mercados sigan funcionando se ha vuelto más evidente en estos meses.
→ Reequilibrio del poder político. Los grandes entes reguladores sobre la competencia (🇺🇸🇪🇺🇨🇳) se han puesto en marcha en torno a las nuevas grandes empresas, particularmente tecnológicas, de manera casi simultánea. Una mayor demanda/tolerancia del público para introducir regulaciones y una batalla entre élites (Silicon Valley contra Washington/Bruselas) explica, creo, este fenómeno que no tiene aspecto de ser pasajero: una vez los engranajes regulatorios se ponen en marcha, se crean y consolidan espacios de poder a los que luego es difícil renunciar.
→ Fin de los dividendos de la sustitución por automatización. Acemoglu y Restrepo sugieren que, al menos con las tecnologías existentes a día de hoy, los cambios que estamos haciendo de trabajadores rutinarios por “máquinas” (pensemos en el cajero/dependiente de supermercado que ahora es un autoservicio) están ofreciendo mejoras de productividad cada vez menos notables, por lo que se reduce el incentivo para el reemplazo a la espera de un nuevo salto cualitativo en la inteligencia artificial que no acaba de llegar, al menos por ahora.
→ Pero mantenimiento de los dividendos por complementariedad. Dicho salto, si se produce, creo que añadirá al otro lado de la ecuación de la influencia de la IA en el mercado laboral: las ganancias de productividad para tareas que se pueden realizar en conjunto persona-máquina (pensemos en la traducción y edición de documentos especializados). Esto no reduce, sino que aumenta, el poder de cada trabajador, particularmente de aquellos que se formen para trabajar en dichas parejas (cada vez más, cabe presumir).
El escenario que tengo en mente es uno en el que cada vez hay menos trabajadores disponibles, y éstos han aprendido mejor cómo maximizar su poder.
¿Es el escenario al que vamos?
No lo sé, la verdad. No creo además que sea un destino marcado, sino que depende de la activación o no de una serie de factores, tales como (1) qué pasará con los países más pobres donde el ‘dividendo demográfico’ laboral está por explorar – muchos de ellos en África; (2) cómo progresará o no la inteligencia artificial; (3) si habrá emprendedores político-sindicales que consoliden tendencias al alza de organización laboral.
Pero creo que vale la pena considerar este escenario como uno de los posibles futuros cuando hablamos del problema de la desigualdad.