☠︎ El verdadero peligro es no creer
El verdadero riesgo no es que nos mientan, sino que terminemos por no creer en nada, ni siquiera cuando tenemos fotos de cuerpos en las calles de una ciudad invadida.
En las últimas 24 horas, el retiro de las tropas rusas de ciertos enclaves que mantenían ocupados en Ucrania ha facilitado la emergencia de imágenes, videos y reportes de:
Fosas comunes con decenas de cadáveres
Cuerpos por las calles y las carreteras
Ejecuciones de civiles indefensos, o incluso inmovilizados (con las manos atadas a la espalda)
Violaciones como arma de guerra
Todo ello constituye indicios de crímenes de guerra a manos del actual gobierno de Rusia. Indicios que deberán ser convenientemente investigados, pero cuya interpretación importa desde ya. No sólo (obviamente) por las víctimas, sino también porque las características y el funcionamiento de estos presuntos abusos nos informan sobre el devenir de Putin y su ejército durante la invasión, condicionan la respuesta occidental, y también las negociaciones entre Ucrania y Rusia.
Una hipótesis razonable
Hay fotos y videos. También hay testimonios específicos recogidos tanto por las autoridades ucranianas como por periodistas de terceros países.
Además de eso, tenemos una explicación de lo sucedido coherente con lo que, según el consenso de analistas independientes y agencias de seguridad occidentales, ha sido el transcurso de la invasión hasta ahora: Vladimir Putin puso a 190.000 soldados en la frontera con Ucrania (una fuerza que no constituye la mayoría de su ejército) con relativamente poca equipación y escasa información sobre lo que iban a hacer en el país vecino. La “operación especial”, como la bautizó el Kremlin hacia adentro y hacia afuera, pretendía al parecer justo lo que sugiere el concepto: una operación limitada en el tiempo y en el espacio para reemplazar al gobierno ucraniano pro-europeo por uno más cercano a los intereses de Putin. Esto es consistente también con el avance sobre el territorio de las fuerzas rusas (la prisa por llegar a la capital, Kiev).
Podemos suponer que los costes que implicaba una operación como ésta, de haber tenido éxito, eran razonables o asumibles para Putin: sanciones occidentales importantes pero limitadas y dentro del marco habitual, pocas bajas e inversión logística en una invasión de una o dos semanas, para el beneficio considerable de colocar al país más grande de Europa de tu lado.
Pero Putin subestimó tanto la reacción de Occidente como la de los ucranianos.
→ Las sanciones adquirieron un tamaño inusitado hasta el punto de que ya no tiene sentido hablar de sanciones, sino de un proceso de disociación económica en el que (al ser una economía más débil, pequeña y pobre) Rusia tiene bastante más que perder que Europa o EEUU.
→ La resistencia ucraniana fue incluso más allá. Una abrumadora mayoría de la población no estaba dispuesta a ceder su soberanía, y articuló una respuesta tanto civil como militar que imposibilitó la acción rápida.
En este marco, tenemos a 190.000 soldados rusos poco preparados y mal equipados manteniendo territorio ganado sin poder avanzar al ritmo que deseaban, aislados internacionalmente. Mientras, deben enfrentar una respuesta de los invadidos mucho mayor a la esperada. Tanto los rasos como sus mandos operativos dependen de una estructura militar y política autoritaria en la que saben que no responderán por crímenes de guerra, pero sí por fracasos sobre el terreno. Por último, el modus operandi de represión violenta a la población se vio en Chechenia o en Siria.
La hipótesis razonable es, por tanto, pensar que lo han vuelto hacer en aquellas partes de Ucrania en las que no podían sostener su presencia sin violencia, y que esto no ha sido un accidente o el efecto de unas pocas ‘manzanas podridas’, sino que obedece a la lógica con la que se conducen Putin y su ejército por el mundo, errores de cálculo incluidos.
Las consecuencias de la hipótesis
De esta hipótesis se derivan tres efectos inmediatos.
En el plano internacional, tanto el lenguaje diplomático como las sanciones (la disociación económica) hacia Rusia o la voluntad (efectiva) de apoyar la defensa ucraniana tiene todos los incentivos para aumentar.
En las negociaciones entre Rusia y Ucrania, la posibilidad de dejarle al primero una parte del territorio del segundo (Donbás, Odessa) adquiere un tono notablemente más tenebroso: sobre la tierra vive gente, y esa gente a veces muere a manos de los invasores. Los incentivos de Zelenskyy para ceder en esto disminuyen con cada nuevo indicio de crímenes de guerra sobre la población civil, a pesar de que la presencia rusa en Odessa sea notablemente más estable y menos violenta.
Sobre el terreno, la resistencia de la ciudadanía (civil y militar) ucraniana no hará sino recrudecerse ante esta o futuras invasiones.
Esencialmente, esto es una malísima noticia para Rusia se mire por donde se mire. Y eso que aún no entramos en cuestiones de más largo alcance, como un eventual proceso penal internacional contra los responsables políticos, económicos o militares de la actual invasión. No podría ser de otra manera, claro: ¿qué puede esperar un gobierno que comete crímenes de guerra?
Y aquí se activa la duda.
¿Cómo podemos saberlo?
De todo lo anterior se deriva que Putin tiene todos los incentivos del mundo para desmentir la hipótesis anterior. El Kremlin tiene claro desde hace años que la manera más efectiva para desinformar no es la invención de una sola narrativa alternativa, sino fomentar la incredulidad.
Esto viene del hecho de que la naturaleza de nuestros sesgos cognitivos en un entorno de saturación informacional no es que nos lo creamos todo, sino que es más seguro desconfiar por defecto.
Así, cuando ayer puse esto en Twitter:
Ya anticipaba que iba a recibir respuestas de los siguientes tipos:
→ “Te estás creyendo la propaganda ucraniana. No podemos confirmar que esos relatos, fotos o videos no están falsificados.”
→ “Algo habrán hecho para merecerlo.”
→ “¿Cómo sabemos quién lo hizo? Quizás fue el propio gobierno ucraniano.”
No es una línea contra-argumental coherente sino un descrédito de la hipótesis razonable arriba explicitada. Parte de una pregunta esencial: ¿cómo podemos saber que lo que nos están contando es real?
Esta clase de pregunta no sólo no es nueva, sino que es el problema epistemológico fundamental del ser humano. Son las dudas ‘tipo Matrix’: ¿cómo sabemos que todo lo que perciben nuestros sentidos existe realmente? Que no somos el sueño de un cerebro en un laboratorio de un científico loco, o una simulación de un superordenador.
Lo que propone la línea del Kremlin es una ‘pastilla roja’.
Ellos te van a mostrar la Verdad que nadie más te muestra. Que en realidad no es tal, sino que es un cúmulo de desconfianzas que disparan en todas direcciones.
Pero claro, si realmente uno lleva esta lógica hasta sus últimas consecuencias, entonces nos deberíamos preguntar ¿por qué ibas a creer lo que te muestra esa pastilla roja?
Por eso es un camino epistemológicamente infértil: terminas donde empezaste y no has logrado nada útil. Nada que te proporcione una brújula moral, o de comportamiento. Solo produces un relativismo radical que te convierte en un ser inoperante física e intelectualmente.
En algo tenemos que creer
La única salida posible, por tanto, es confiar en algo. Hacerlo de manera condicionada, claro: asumir que nos creemos una hipótesis siempre que la evidencia no cambie lo suficiente como para que la tengamos que descartar. Asumir que las pastillas rojas no existen (nada está ahí afuera para darnos o quitarnos la razón) simplemente porque no somos el centro del universo. Pero que sí somos parte de él y que con nuestras capacidades cognitivas lo mejor que podemos hacer es esto: evaluar para confiar, y reevaluar para decidir si debemos desconfiar.
Así las cosas, y volviendo al asunto central, con la información disponible a día de hoy la hipótesis antes descrita me parece más plausible y confiable que las alternativas propuestas desde el Kremlin y sus alrededores ideológicos:
→ La falsificación de información por parte del lado ucraniano sin duda puede estar sucediendo en cierto grado y en casos puntuales (¡es una guerra! ¡todos los lados tienen incentivos para la propaganda!). Pero orquestar una operación de grandísima escala para convencer a millones de ojos de crímenes de guerra sistemáticos es una gran mentira insostenible precisamente por la propia naturaleza incrédula de la sociedad de la información.
→ Un ‘ataque de falsa bandera’ masivo (el gobierno ucraniano masacrando a su propia población) supone un riesgo inaceptable e innecesario en todo punto para un presidente que ahora mismo tiene a casi toda la comunidad internacional y a su población a su favor.
→ El ‘algo habrán hecho’ es la misma justificación moral que se planteó para la invasión inicialmente: la posible entrada de Ucrania en la OTAN, sus acuerdos con la Unión Europea, la presencia de la extrema derecha neofascista/neonazi en la política ucraniana… es una lógica corrupta en su naturaleza porque permite justificar cualquier tipo de agresión como “defensa propia”. Incluso crímenes de guerra. Siempre se puede redimensionar el tamaño de la justificación para excusar la actitud del Kremlin. Es, por ello, inútil como brújula ética, y sólo le sirve a Putin.
Ninguna de estas tres alternativas le sirve a los millones de personas cuyas vidas se han visto truncadas por la invasión. Y no hablo solo de los ucranianos: también de esos 190.000 soldados, de sus familias, y de todos los hogares rusos que en el último mes han visto cómo sus expectativas quedaban destrozadas por el gigantesco error de cálculo de un dictador.
Creer, de manera provisional y crítica, siempre dejando el espacio para la duda que nos permita reevaluar, en las alternativas más plausibles sí les sirve a ellos. Y a nosotros.
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Como una denuncia falsa
La más fiel historia
No siempre es memoria
Rueda esta noria
Puerta giratoria
Que no hay gloria
Si queda memoria
Maria Arnal. Desmemoria.