Elon Musk y el problema del ingeniero
De por qué Musk está tomando tan malas decisiones, y por qué, en consecuencia, esta newsletter se muda a Substack.
Decía Musk hace unas horas ante un preocupado board de Tesla que él, más que un CEO, es de ingeniero.
“En SpaceX, en realidad, soy responsable de la ingeniería de los cohetes y Tesla de la tecnología del coche que hace que tenga éxito (…) El papel de CEO suele verse como centrado en el negocio, pero en realidad el mío es mucho más el de un ingeniero que desarrolla tecnología y se asegura de que desarrollamos tecnologías rompedoras, y de que tenemos un equipo de ingenieros increíbles que pueden alcanzar esos objetivos”.
Pero ¿qué significa tener un “rol de ingeniero”? Yo creo que cuando hablamos de una aproximación “de ingeniero” nos podemos estar refiriendo a dos cosas no sólo muy distintas, sino casi contradictorias en sí mismas. Y que Musk está en el extremo equivocado de esa tensión. Por eso (por ahora) está rompiendo, no arreglando, Twitter. Aunque él esté convencido de lo contrario.
Complejidad vs. soluciones
“Todo no puede ser”, me decía mi madre a menudo cuando era pequeño. “Sí puede ser”, le respondí (cuenta ella) alguna vez. En esta historia mi madre es el pensamiento ingenieril útil y razonable. Y mi yo infantil es Elon Musk.
Para mí la gran virtud de aproximar problemas con visión de ingeniero es abrazar la complejidad inherente a ellos. Eso significa dos cosas:
Entender que los problemas son siempre dinámicos, nunca estáticos. Es decir: que por su naturaleza y por la interconexión entre ellos cambian con el tiempo y, más que cerrarse, se suavizan, agravan, o mutan a algo más o menos manejable.
Asumir que no hay soluciones únicas porque siempre hay costes asociados que sopesar o anticipar. Es decir: que todo no puede ser.
Si nos ponemos intensos, es la termodinámica la que nos empuja a este pragmatismo. La búsqueda de la eficiencia absoluta en un sistema es un horizonte al mismo tiempo útil e imposible. Sabemos que todo no puede ser pero intentamos que sea lo máximo posible.
Cuando te enfrentas a un problema con esta aproximación entiendes que primero debes estudiar en la medida de lo posible la complejidad que lo rodea: qué piezas contiene el sistema en error, cómo se relacionan entre sí, dónde están los cuellos de botella específicos, y muy especialmente qué dilemas inescapables implica tanto el problema como la solución.
Por ejemplo, el problema esencial de la moderación de contenidos en una red social se resume en elegir si tener más errores por exceso de moderación (“¡censura!”) o por defecto de la misma (“¡caos y hostigamiento!”). La reducción de ambos tipos de error es lo deseable, pero es inalcanzable. De esta tensión se derivan otras muchas (automatización de la moderación vs. humanos; criterios rígidos vs. flexibles, etc).
¿Cuál es el riesgo de aproximar los problemas de esta manera? La parálisis. Que como todo no pueda ser, nada sea. O lo sea sólo en el margen. Aquí el péndulo de la aproximación ingenieril se va al otro extremo: ¿no estamos aquí para traer soluciones a los problemas? Pues eso implica un poco de decisión y “disrupción”, ¿no? Move fast and break things y todas esas cosas.
Lo que pasa es que esa aproximación tiende a funcionar mejor, más que en reparar sistemas existentes, en su reemplazo con otros que tienen sus propios problemas aunque superan una mejora respecto a los anteriores. Por ejemplo: sustituyendo el viejo ecosistema mediático por el nuevo, mucho más horizontal y rico en contenido, aunque también fragmentado e inestable. Movernos rápido y romper cosas puede funcionar, pero no evita las derivadas de la complejidad. Y, sobre todo, no está claro que funcione para arreglar cosas que ya están en marcha.
Porque cuando tomas este tipo de aproximación con una máquina en funcionamiento, como está tratando de hacer Elon Musk en Twitter, vas a estirar la manta hacia un lado sin darte cuenta de que los pies se te quedarán al descubierto.
Ejemplo: cuando Twitter abrió los blue checks a los 8$/mes cientos de cuentas haciéndose pasar por otras personas o entidades, o simplemente anónimas sin más, lo obtuvieron sin ningún tipo de verificación por la compañía. Esto no sólo no resolvió el problema de confusión entre relevancia y veracidad: lo agravó. A mí me sigue sorprendiendo muchísimo a día de hoy que Musk no optara por una transición mucho más gradual a un sistema de pago por verificación real, que le habría exigido muchos más recursos y una reforma mucho más pausada y cuidadosa. Pero claramente no era eso lo que quería, o lo que sentía que necesitaba el sistema. Queda poca duda de que se equivocó.
Pero queda mucha duda de las decisiones que sigue y va a seguir tomando al haberse posicionado en el extremo equivocado del dilema entre abrazar la complejidad y ofrecer soluciones efectivas.
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Algunos no seríamos nada ni nadie sin Twitter en el plano del debate público. Yo me creería mucho más listo teniendo a la vez acceso a muchísima menos información, y de peor calidad, si no llevara 14 años y medio en esta red social expuesto tanto a contenido relevante, original y útil… como a cientos de personas dispuestas a criticarme, desafiar y mantener mis ideas a raya. También me leería bastante menos gente, habría conocido a muchas menos personas interesantes, y en general creo que mi vida habría sido algo peor.
Dicho esto, probablemente es hora de cubrirse. Así que por ahora he cambiado mi contraseña, desvinculado aplicaciones, y voy a mudar esta newsletter a Substack (Revue es propiedad de Twitter). Espero que el proceso de mudanza no sea traumático. Nos vemos del otro lado.