🙏 Gratitud: para qué
Creo que una de las pocas buenas cosas que nos ha dejado este año y pico es la gratitud. Al menos a mí: una capacidad renovada, ampliada, mucho más profunda de sentir gratitud.
No es que antes no la sintiera, pero no tengo un recuerdo específico de sentirla tampoco. No con tanta intensidad, eso seguro, como en varias ocasiones durante la pandemia sí me ha sucedido.
La mayor ha sido esta semana.
He hecho una pequeña lista mental de todas las personas o entidades cuya participación ha sido necesaria para que mis padres hayan recibido hoy sus dosis de Moderna (mRNA).
Científicos, sobre todo Katalin Karikó. “Una mujer nacida en una pequeña ciudad húngara y que creció feliz en una casa de adobe sin agua corriente ni electricidad”, empieza este perfil de Nuño Domínguez sobre ella. Que nunca se rindió, pese a que durante décadas nadie creyó lo suficiente en una idea que, la verdad, sonaba bastante loca porque no encajaba demasiado bien con el mainstream científico de la época. Luego volveré sobre este punto fundamental.
Capitalistas, particularmente Noubar Afeyan. Ingeniero biotecnológico nacido en Beirut, emprendedor primero e inversor después, sin su empuje, su apoyo y su dinero Moderna no habría sido una empresa viable.
Estados, sobre todo 🇺🇸. EEUU dio cobijo a Karikó, y también a Afeyan (ambos son inmigrantes, sí). También, de manera crucial, participó en el desarrollo de la vacuna mRNA-1273, que es la que estamos usando, la que se han puesto mis padres. Incluso aún diría más: su infraestructura público-privada enfocada a la investigación excelente de base posibilitó el desarrollo de una tecnología como esta.
Personal de salud. España está poniendo ~500.000 dosis al día. Es un esfuerzo brutal por parte de todas y cada una de las personas que trabajan en salud: desde quien se asegura de que la base de datos de cada barrio esté OK hasta quien practica el pinchazo.
Aquí, la gratitud se amplía hasta desdibujarse la cadena. ¿Qué hay de los organizadores logísticos que montaron, y sostienen día a día, un ‘mega-vacunatorio’ en la Ciutat de les Arts?
¿Y qué hay de quienes instalaron la infraestructura, las señales, de quienes fabrican hasta la última jeringuilla usada, la última tirita puesta?
Si llevamos hasta las últimas consecuencias la lógica de agradecer a toda aquella persona o entidad cuya participación haya sido necesaria para una vacuna aplicada, al final el agradecimiento se diluye como gotas de tinta en el océano.
La sociedad aparece aquí como una conspiración espontánea, si me permiten el oxímoron: millones de horas, esfuerzos, almas volcadas sobre un único objetivo. Que a mis padres, a los tuyos, a ti mismo les llegue una vacuna. Pero sin una mente directora única que elabore un plan detallado a tal efecto.
No. El mercado, la ciencia, la democracia y la relación entre Estados son los cuatro mecanismos que han interactuado para traernos hasta aquí. Los cuatro sirven para coordinar voces e intereses sin desconocer que son contrapuestos. El resultado no es óptimo, ciertamente. Pero no hay razón sólida para pensar que una alternativa más atomizada, ni tampoco una más centralizada, habría ofrecido uno mejor.
La gratitud se vuelve sistémica. Y, de hecho, sirve paraentender mejor el sistema que nos rodea, con su ventaja central: permite esas conspiraciones espontáneas. La sociedad en su mayor esplendor.
Sin embargo, al permanecer de manera acusada al menos para ciertas personas, la gratitud también favorece este mismo funcionamiento.
Muchos cínicos se burlaron de los aplausos al personal médico al principio de la pandemia. “En unos días se han olvidado de ellos”. “Mucho aplauso pero luego se van de fiesta, eh”. Pero yo planteo una hipótesis alternativa: sin ese y otros actos de solidaridad simbólica basados en la gratitud no se habría logrado un confinamiento tan efectivo (aunque tardío) contra el primer pico de contagios. Luego podemos discutir si los confinamientos seguían teniendo sentido o no más adelante, cuando ya entendíamos mejor el virus y debimos haberlo manejado con medidas más finas, menos restrictivas. Pero en ese momento, los aplausos eran una manera.
Aún diré más: la única política pública que ha generado consenso mundial desde el inicio de la pandemia nace de la gratitud. Al menos en parte.
Me refiero a la vacunación prioritaria de personal de salud.
Al primer toque, parece una política estratégica, casi de auto-preservación: primero quieres proteger a la primera línea de lucha contra el enemigo. Pero hay muchas políticas que caen en esa misma categoría y nunca se aprueban. O se aprueban de manera contenciosa. ¿Por qué esta no ha sido puesta en duda por absolutamente nadie?
Yo creo que tiene que ver con la gratitud, la verdad. Con la sensación conjunta de deuda adquirida que hay con el personal médico. Esta gratitud modula la percepción de costes que uno está dispuesto a pagar, relativizando los intereses y sesgos propios.
Un ejemplo más de andar por casa: en el último año en Twitter he discutido en varias ocasiones con personas del mundo médico. Muchas veces, antes de debatirles un punto específico, me tomaba un momento y un par de palabras para agradecerle sinceramente su trabajo. Además de sentirlo sinceramente, de nacerme desde dentro, lo hacía para enmarcar la conversación: mira, podemos tener desacuerdos, pero yo tengo clarísimo que estamos en la misma trinchera y que tú estás en primera línea de la batalla mientras yo comento desde atrás cómo debemos conducir esta guerra.
La gratitud es, pues, un mecanismo que nos ayuda a mantener la ficción necesaria del bien común. La vida en sociedad es una tensión constante entre los intereses inevitablemente contrapuestos que nos habitan, y la necesidad de tramitarlos de manera que no suponga una destrucción de bienestar mayor a su no tramitación. Cuando encontramos algo por lo que agradecer al sistema, o a alguna de sus partes, estamos encontrando algo por lo que vale la pena preservar al menos la parte más virtuosa de su funcionamiento.
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Colombia hoy es, por cierto, la otra cara de esta moneda. El país que habito está inmerso en un conflicto social inusitado. Este conflicto a veces toma formas que implican costes enormes pagados por el conjunto de la población: la destrucción de infraestructuras de transporte público en Bogotá o Cali, así como los bloqueos de carreteras que ahogan a compradores y vendedores.
Muchas voces manifiestan su incomprensión: ¿por qué dañar lo que nos beneficia a todos, particularmente a los segmentos más vulnerables de la población?
La respuesta desde abajo que llega es llamativa, y hay que prestarle atención: “hay muchos lugares del país, muchas familias, que llevan años, décadas viviendo en bloqueo de facto de acceso a bienes básicos”. Lo que están diciendo es: si ahora ustedes se quejan es porque al fin se dan cuenta de lo que sufren otros a los que nunca prestaron atención.
Es una lógica que desemboca en la igualación por abajo, cierto. Pero la respuesta desde arriba, ¿puede ser un “no sean ingratos”, como prácticamente le he leído a algunos líderes?
No lo creo.
La respuesta debe ser que todo el mundo en Colombia tenga, realmente, algo por lo que mostrar gratitud. No sólo en vertical, sino en horizontal: hacia sí mismos, hacia sus pares, hacia la sociedad. Los bienes públicos nunca lo son totalmente en un país en el que el acceso efectivo a los mismos depende enormemente de dónde has nacido, de dónde habitas. Hasta que ese mínimo no se cumpla, la vía para la destrucción seguirá abierta.
Sólo la gratitud generalizada protege la ficción necesaria del bien común.