🎲 Lo irracional es NO jugar a la lotería
Si resulta que por un porcentaje bajo y flexible de tu presupuesto puedes apostar por un cisne negro positivo, asegurarte contra uno negativo, y financiar vínculos comunitarios virtuosos, ¿por qué no?
Escribí y publiqué esto hace hoy un año y un día, cuando éramos muchas menos personas en esta newsletter. Me pareció apropiado recuperarlo en reenvío. No es algo que vaya a hacer más. Espero no moleste mucho a los que ya estabais por aquí entonces. Feliz Navidad :)
Cada año igual en España: conforme se acerca la Lotería de Navidad tenemos al típico listillo que sale con lo de que “la lotería es un impuesto para los que no saben estadística”, pretendiendo que gastarte dinero en algo con tan bajísimas probabilidades de reportar un beneficio es absurdo. Yo en cambio creo que es justo al contrario: lo lógico es jugar a la lotería. Tengo al menos cuatro argumentos para defender mi posición: el valor esperado, el cisne negro positivo, el seguro contra la desgracia relativa, y el valor de la comunidad.
La lotería y su alto valor esperado
El desdén a la lotería confunde valor esperado con probabilidad. La frecuencia de premiados de lotería es extraordinariamente baja, cierto. Y hasta ahí se queda ese análisis corto de mira. Pero el valor esperado de un evento es igual a su beneficio potencial multiplicado por la probabilidad. Ésta última puede ser bajísima, pero el primero es gigantesco, de manera que al multiplicar ambos la cifra resultante no es nada despreciable. Así que es al menos razonable considerarlo, de la misma manera que uno puede estar a favor de la energía nuclear pero es al menos razonable considerar su valor negativo esperado (o es poco razonable no hacerlo): coste de un accidente (descomunal) multiplicado por probabilidad del evento (bajísima).
La lotería como cisne negro positivo
Con la aproximación de valor esperado al menos establecemos que no es absurdo considerar jugar a la lotería. Ahora vayamos un paso más allá: ¿cuál es el coste de hacerlo? Esencialmente, el dinero que te gastes en ella. Que puede ser apenas unos euros, y que es muy flexible, adaptable a tu presupuesto. No enfrentas ningún tipo de riesgo inesperado de pérdida al jugar a la lotería: multiplicas por 1 (probabilidad absoluta) lo que te hayas gastado. Sin embargo, como decíamos el máximo valor potencial es entre muy alto (con premios de tercera o cuarta categoría) y gigantesco.
Nassim Taleb dice en su clásico ‘El cisne negro’ que uno debería evitar exponerse a eventos poco frecuentes pero de elevado coste y a cambio exponerse a eventos igualmente raros pero de elevado beneficio potencial. Coleccionar oportunidades que impliquen riesgo bajo. Una lotería (citada por el propio Taleb en el libro) es un ejemplo perfecto: tienes muy poco que perder, y muchísimo que ganar. Algo aún más cierto si estás en la parte baja de la distribución de ingresos.
La lotería como seguro contra la desgracia relativa
Y sucede que a alguien le tiene que tocar la lotería. ¿Y si le toca a la gente a tu alrededor? A quien te ofreció comprar pero rechazaste porque, bueno, es que es un impuesto para idiotas.
Sabemos (tenemos un quintal de evidencia, además de nuestra experiencia personal) que los sentimientos de felicidad o desgracia no son únicamente absolutos, también relativos. Para bien o para mal, nos comparamos con nuestro entorno. Cuando a nuestro entorno le va súbitamente bien pero no a nosotros, lo percibimos como una injusticia. Casi diría que la sentimos: aunque nos empeñemos en convencer a nuestro cerebro de que nuestro destino es independiente, pocos logran despegarse de la comparación.
¿De verdad no prefieres al menos asegurarte por un poco de dinero de que no te expones a sufrir un daño enorme si a tus compañeros de trabajo les toca la lotería pero a ti no, pese a que pudiste participar?
De hecho, en términos de Taleb, que te toque la lotería es un cisne negro positivo, pero que les toque a tus allegados y no a ti sería un cisne negro de los malos.
La lotería y su valor comunitario
En esta dinámica de jugar en comandita, particularmente presente con la Lotería de Navidad pero también con las quinielas futbolísticas u otras formas de juegos de azar, hay otro beneficio encerrado: cuando juegas a la lotería estás participando de un acto común. En eso hay un beneficio intrínseco. En comprar una participación al bar de la esquina, a la coral de aficionados de tu madre, a la agrupación de fiestas del pueblo de tus tíos. Pero también en elegir los números, comentar los resultados, definir victorias, empates y derrotas, incluso en pelearte por qué se hace con el reintegro, si se reinvierte o no para la siguiente ronda. La lotería es un artefacto social, y en ello hay un beneficio intrínseco.
Para los que estamos lejos de nuestra gente y nuestro país, además, es una manera de mantener un vínculo con todo ello. De hecho, en tanto que las loterías en España son por regla general de propiedad pública, incluso en el acto de compra estás financiando servicios estatales. Sí es un impuesto. Pero ¿por qué iba a ser malo pagar impuestos cuando están bien invertidos?
Sumando todo lo anterior, si resulta que por un porcentaje bajo y flexible de tu presupuesto puedes comprar un cisne negro positivo, evitar uno negativo, financiar vínculos comunitarios virtuosos e incluso un poquito algo de los servicios públicos de tu país, ¿por qué no ibas a hacerlo? Sólo si piensas que es más importante el cálculo estricto de coste-beneficio personal, que nunca jamás saldrá a favor de la lotería: el valor esperado no será igual al coste, o el que vende jamás ganaría. Efectivamente, si vendes mil boletos para una rifa de 1.000€ deberás venderlos a un poco más de 1€ por boleto o te quedarás igual que estabas. Lotero y jugador no pueden ganar a este juego a la vez. Pero creo que pretender que eso no lo saben o no lo intuyen los que compran (compramos) lotería es tomarnos por más crédulos de lo que realmente somos. Creo, en definitiva, que los que sí jugamos tenemos una perspectiva más amplia del juego completo que esta visión estrecha.
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Con mi abuelo paterno jugaba a la quiniela. A él le importaba entre cero y nada el fútbol. Lo que quería era sentarse con su nieto a rellenarla. Y después jugar con él a imaginar futuros si ganasen. Comentar los plenos al quince, los dobles, incluso algún triple caía, etcétera. Si a mi abuelo le hubieran dicho “no, mire, señor, es que la suma de su victoria potencial nunca va a ser superior al equivalente de multiplicar el dinero que se gasta en rellenar esto por la probabilidad de acertar”, mi abuelo se habría reído y le habría dicho “pero qué dice señor si yo lo que quiero es pasar rato con mi nieto”.
¿Quién de los dos entendía mejor este juego y el valor esperado del mismo, mi abuelo o el hipotético comentarista listillo?
Pues eso.