🏆 Mérito y valor
Si nos limitamos a reemplazar el mérito y el esfuerzo por el ocio en nuestra escala de valores, apuesto a que seguirán arriba los mismos que ahora.
Desde su publicación hace un par de años, cada vez que me encontraba una referencia a ‘La tiranía del mérito’ de Sandel venía acompañada de adjetivos que ponían al libro como poco menos que la crítica definitiva a la meritocracia.
Al fin me lo he leído. Y meh.
Creo que esos adjetivos me hicieron esperar otra cosa. Lo que yo esperaba era una argumentación de orden moral y normativo contra la noción de mérito. Algo que me intrigaba sobremanera, porque reconozco que no concibo una sociedad funcional sin mérito.
Pero el libro no es eso. El libro es una enmienda a la manera en que funciona la meritocracia hoy día:
→ sin igualdad de oportunidades efectiva porque las oportunidades dependen del origen de manera desproporcionada -y los datos están de acuerdo…
…si bien en grados muy distintos para cada país…
…o incluso dentro de un mismo país.
→ con una falsa equivalencia entre credencialismo y capacidades - que, efectivamente, se da en cierto grado, aunque de nuevo varía bastante según el ámbito al que nos refiramos: parece fácil cuestionar la hiperinflación de títulos universitarios de baja calidad o las trampas para entrar en las de calidad media-alta o alta que refiere en la introducción de su libro, pero mucho más difícil cuestionar un doctorado de física teórica en Stanford y sus publicaciones asociadas.
→ basando el valor en lo que el mercado decide que vale más o menos, siendo que el mercado o los mercados tienden a no tener una competencia perfecta - esto es esencialmente cierto, y claramente cuando la competencia es imperfecta el poder de dictar el valor de una parte pequeña de la oferta o la demanda supone una perversión sobre la idea de mérito, pero para romper a los mercados como mecanismo central de asignación de valor necesitamos alternativa.
Pero el mérito, entendido como el “derecho a recibir reconocimiento por algo que uno ha hecho” o el “valor o importancia que tiene una cosa o una persona” no son cuestionados por Sandel. El penúltimo capítulo del libro, para mí el más útil e interesante, habla de hecho de reconocer el valor del trabajo. Si hay un valor que reconocer, hay mérito.
El mérito equivale al valor producido por una persona según las escalas acordadas en una sociedad dada.
Cuando le comenté estas impresiones a un buen amigo, me recomendó leer este otro.
Los argumentos de Markovits me parecieron más sofisticados y afinados que los de Sandel, pero de nuevo me encontré ante un libro que se vende (que algunos venden, no necesariamente su autor) como una enmienda a la meritocracia que no es tal cosa.
Lo que sí hace Markovits es aclarar que aunque la meritocracia funcionara a la perfección, seguiría siendo problemática: genera un incentivo gigantesco de acumulación de horas de trabajo, habilidades y todo tipo de capital entre las élites poniéndolas a competir entre ellas. Una carrera de ratas en la que los vencedores lo son por un margen irrelevante, pero los grandes perdedores son todos los segmentos socioeconómicos que se quedan fuera de la posibilidad de competir.
Esto es, creo, lo más cercano a una crítica básica a la idea de mérito que se puede encontrar, y sirve para dibujar lo que es el mal mérito.
El mal mérito
Lo que dice Markovits es que el mérito puede terminar produciendo resultados perversos que erosionan el bienestar. Esto es un problema porque, insisto, no tenemos sustituto para la idea abstracta de mérito. Si el mérito está anclado al valor en su versión ideal, solo nos quedan tres alternativas fuera de un sistema económico no basado en el mérito:
La igualdad total, que requiere de una entidad que se encargue de evaluar las necesidades, dirigir la producción y distribuir los resultados. Pero tanto en la teoría filosófica como en la práctica política la centralización completa del poder desemboca inevitablemente en desigualdades.
La atomización completa de los individuos, algo que es nítidamente peor para el bienestar.
El establecimiento de una aristocracia basada en cualquier otro elemento de valor ajeno al mérito.
Ninguno de ellos me parece superior al mundo en el cual la comunidad define el valor de un bien, servicio, actividad, tarea o idea y a partir de ahí se establece el mérito que tiene, y la consiguiente retribución.
Una de las cosas que nos dice Sandel es que no deberían ser los mercados quienes definieran esto. Recordemos que en su versión básica un mercado solo es un acuerdo para asignar valor a un bien, servicio o cualidad. Si el poder de ambas partes es similar, y también lo es el poder de todos los que pueden ofrecer o demandar, entonces el mercado asigna el valor que la sociedad considera. Sandel desdobla sus críticas en dos: la frecuente imperfección de los mercados, con poderes asimétricos (y ahí es difícil estar en desacuerdo si partimos de una idea de valor que es marcada por la comunidad, no por una élite de elegidos); y la naturaleza perversa del mercado en sí.
Pero entonces ¿qué alternativas hay al mercado como mecanismo esencial de asignación de valor? Solo aquellas que atomizan esa asignación (es decir, nunca nos ponemos de acuerdo en lo que vale algo, y por tanto en el mérito que supone) o establecen una autoridad externa al proceso de intercambio para asignar ese valor. Entendiendo que la opción de una élite/aristocracia que lo defina está descartada porque entonces acabaríamos en el mismo punto que un mercado de competencia imperfecta, esa autoridad externa solo puede ser elegida por procesos de consulta popular que… bueno, son mercados. Una votación es un mercado que regulamos muy estrictamente para que la competencia sea lo más perfecta posible: todos tenemos un solo voto en el lado de la demanda, y en el de la oferta nos inventamos mecanismos para . El establecimiento y el cambio de una norma social también es un mercado de opiniones
Aquí entonces la pregunta pasa a ser qué definiciones del valor (y por tanto del mérito) dejamos a cada tipo de mercado. Es decir: qué mecanismos y escalas asignamos a cada una de las cosas a las que queremos dar un cierto valor.
Después, tendremos que romper las cadenas de herencia del mérito para asegurarnos de que no queda valor por desaprovechar en la sociedad, de que la asignación de la recompensa es justa, y de que no queda nadie con demasiado poder para pervertir la escala de valor y mérito.
Creo que con estas dos reformas podemos cumplir con lo que me parece rescatable de la crítica de Sandel a la meritocracia. Pero aún cumpliendo con todo lo anterior podemos terminar en una pesadilla markovitsiana de trabajo inacabable por la producción de valor, convirtiendo un círculo virtuoso en otro vicioso. Para afrontar este último problema, solo nos quedaría una alternativa: asignar valor a aquello que no lo tiene. Pero, ¿estamos seguros de que queremos hacerlo?
Valorar la ineficiencia, pero asegurando igualdad
Que el ocio, la exploración sin objetivo claro, el no hacer nada, tenga un lugar en nuestra escala de valores no sería algo nuevo para la humanidad. Como el propio Markovits afirma en su libro, (simplificando mucho un proceso más complejo) la clase alta era la clase ociosa antes de las revoluciones industrial y burguesa.
Y claro, el riesgo de volver a valorar todo esto es que vuelva a distribuirse de manera desigual. Que se lo vuelva a apropiar quien ya dispone de todas las oportunidades para hacerlo. En su “Apología del esfuerzo”, la periodista zamorana Cristina García Casado dice:
Los más interesados en contarnos que los Reyes Magos no existen y que el Ratoncito Pérez es un cuento y que no tenemos ninguna posibilidad son los que nacen con la vida solucionada. Vía libre para sus privilegios. Es nuestra resistencia no creerles. Darles, aunque sea, un poquito de guerra.
A nosotros siempre nos va a costar más, no tenemos garantías de conseguirlo, pero sí es posible y confiar en eso es el primer paso para que ocurra. Lo contrario es bajar los brazos, darles aún más ventaja.
(…)
Ellos pueden prescindir del esfuerzo, nosotros no.
Desde este punto de vista, el esfuerzo y el hecho de que se valore es LA vía para la movilidad social.
Debemos entonces ser enormemente cuidadosos si queremos restarle valor en nuestra escala. No supongamos que el puro de seo de producir un mundo algo menos competitivo hará que se equilibre la distribución del poder o del bienestar. No lo hará.
Para ello necesitamos otros mecanismos. Uno que funcionó bien en su día fue la limitación de las horas de trabajo (algo que podríamos revisitar). Otro que funcionaría bastante bien es la disponibilidad de rentas opcionales, ajenas al trabajo o a la inversión, de las que disponer para liberar tiempo. Porque si nos limitamos a reemplazar el mérito y el esfuerzo por el ocio en nuestra escala de valores, apuesto a que seguirán arriba los mismos que ahora.
* * *
A veces me da la impresión de que el cinismo, el tododaigualismo, el bahparaqueesforzarseísmo si la vida es bella, es una nueva versión solapada del ensalzamiento del ocio frente al trabajo en la escala de valores que la aristocracia hacía siglos atrás. Y el otro día Taylor Swift le puso palabras a esta sensación en su discurso de aceptación del doctorado honorífico que le concedió la New York University.
It seems to me that there is a false stigma about eagerness in our culture of unbothered ambivalence. This outlook perpetuates the idea that it’s not cool to want *it. That people who don’t try are fundamentally more chic than people who do. [But] never be ashamed of trying.
Effortlessness is a myth.
Una vez más: “ellos pueden prescindir del esfuerzo [y del interés, de las ganas, de la voluntad de aportar], nosotros no”.