🇪🇺 Putin no puede dividir a Europa sin arriesgarse a unirla
Putin quiere dividir a Europa creando escasez de energía. Probablemente es la apuesta lógica para él. Pero no puede ejecutarla sin asumir un efecto colateral, contrario al que desea: unirnos ante una
Lo ha dicho Ivan Krastev. Lo ha dicho Pablo Rodríguez Suanzes citando a Krastev. Lo ha insinuado de mil maneras Ursula von der Leyen: Putin puede romper la actual unidad europea contra él y contra su guerra.
Y estoy de acuerdo. Pero.
El argumento para el miedo es sencillo, casi burdo (que me disculpen Pablo, el intelectual, y la Presidenta: lo es porque Putin así lo ha decidido). El gobierno ruso tiene un poder especial sobre los mercados energéticos europeos porque puede hacer el gas escaso en el margen. No muy escaso, ojo: cierto que Rusia es (o era hasta 2021) el mayor exportador de gas del mundo.
Gráfico de Statista a partir de datos del BP Statistical Review of World Energy
También tiene más reservas probadas que nadie.
Fuente: BP Statistical Review of World Energy 2021
Pero en agosto de 2022, que fue más o menos cuando escaló realmente el ahogo de la oferta a manos de Putin, el gas ruso significaba un 17,2% del gas importado desde la UE. No un 30%. No un 40%. Un 17,2%. No es poco (de hecho, es bastante) pero tampoco abrumador. El asunto es que Putin no necesita que sea abrumador. Por dos razones.
La primera es la rigidez a corto plazo del sistema de provisión y distribución de energía: convertir un 17% de tu input a otra fuente, o a la misma fuente de otro origen, es costoso y complejo pero factible a medio o largo plazo. A corto lo es mucho más, como explicamos aquí:
Por un lado, están las fuentes que sí se encuentran bajo mayor control soberano europeo: nucleares (con la importante salvedad de la importación de uranio) o renovables (con el matiz de que los equipos tecnológicos se fabrican en no poca medida en otros países, como China). Estas fuentes implican un coste fijo extraordinario para iniciar la producción, por lo que no son accesibles para ampliar capacidad a corto plazo pese que cada unidad de energía adicional producida una vez están instaladas resulta muy económica. Dicho de otra manera: el uranio es barato como lo es el viento o la luz del sol, pero la instalación de la central nuclear, las placas solares o los molinos para convertir todo ello en energía no se logra de agosto a noviembre precisamente.
Por otro lado están las fuentes energéticas más adaptables a la demanda pero a mayor coste por unidad adicional incluida en el proceso: los combustibles fósiles. Usar cada barril de petróleo o tanque de gas cuesta un poco más que el anterior, dibujando una curva exponencial de costes que puede volverse casi vertical en situación de escasez.
Vladimir Putin está aprovechándose de esta debilidad estructural, como explica Martin Sandbu: pequeñas reducciones en la oferta que él maneja acaban produciendo efectos de precio desproporcionados precisamente porque llevan la necesidad de aumentar capacidad a esa parte exponencial de la curva.
Ahora juntemos estas rigideces con la segunda razón: la demanda europea y su exposición a ese 17% está fragmentada. Alemania está mucho más expuesta; España lo está menos. La esperanza de Putin (y el miedo europeísta) es la de explotar estas diferencias mediante su presión en la oferta. Quiere generar división a partir de la escasez.
Es burdo, como decía más arriba, pero sin duda alberga potencial que, algunos dirán, ya se está notando en los mensajes de ciertos partidos a izquierda y derecha del espectro, en el envalentonamiento de Orbán, en las protestas de algunas calles de Europa. También es probablemente el último recurso poderoso que le queda a Putin sin un coste descomunal. Al menos por ahora.
Pero creo que Putin sobreestima su capacidad de dividirnos, y nuestro miedo también. Porque creo también que no tenemos en cuenta que un aumento de la intensidad del ataque, por muy desiguales que sean los costes que conlleve, cohesiona al grupo atacado.
El grado de unidad y coordinación en la reacción de Europa ante la invasión de Ucrania sorprendió a muchos. Pero su explicación no es misteriosa: los países europeos consideraron que la violación de Putin de la soberanía de su vecino es un precedente que implica una amenaza para todos ellos. Para algunos (mucho) más que para otros, sin duda: Polonia, Finlandia o Estonia tienen bastantes más motivos de preocupación que Portugal o Francia. Pero ¿hizo esa diferencia que la respuesta fuera menos integrada? No. Ciertamente, los primeros tuvieron desde el principio una posición mucho más nítida y estaban notablemente más dispuestos a tomar medidas que los segundos. Pero la posición conjunta de partida de romper con Putin fue común. Porque el riesgo y su origen también lo era, aunque no lo fuera el grado de exposición.
Hay otra razón: Europa ya tiene mecanismos para negociar y reequilibrar diferencias en costes asumidos por una posición acordada conjuntamente ante un shock externo. Son imperfectos, pero cada día un poco menos (al menos después de la crisis de 2010-11). Eso quiere decir que hay dónde ir a quejarte y a buscar un reparto algo más equilibrado. Lo que no hay, tal y como me recordaba el otro día esta persona la que ya tardáis en seguir, es un mecanismo para salirte del acuerdo global y negociar el tuyo propio con Putin. Que se lo pregunten a Orbán (y, bueno, el último país que se le ocurrió salirse del todo del acuerdo global acaba de tener a la Primera Ministra más breve de su historia). Mientras estos mecanismos, o una versión mejorada de los mismos, dé para distribuir internamente al menos parte de esos costes, el poder de división de Putin se verá notablemente disminuido.
Mientras tanto, la UE está reduciendo su dependencia de Rusia.
Y a Putin cada metro cúbico de gas no vendido le cuesta lo suyo. Para dar una idea de su exposición total: las rentas del gas natural suponen entre un 2 y un 4% del PIB ruso, según el año.
Fuente: Banco Mundial
Pero la exposición es potencialmente mayor: toda la exportación de combustibles fósiles ha tocado el 14,5% del PIB en sus máximos y las rentas de petróleo y gas suponen alrededor de un 40% de su presupuesto público. Putin no puede coger todo eso y vendérselo a China de un día para otro.
Así que un equilibrio resultante de la presión del gobierno ruso es sin duda la división de Europa. Pero otro es el refuerzo de su unidad mientras se resquebraja la del rival.
Sería una sorpresa para muchos si este continente, en su configuración de posguerra, resulta antifrágil. Pero siendo que hasta ahora cada vez que la UE ha estado al borde de algún precipicio el resultado ha sido un pasito hacia la integración no debería resultar tan, tan sorprendente.
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El verso “We’re half awake in a fake empire” siempre me recordó a la UE. Al menos lo hizo en las horas más oscuras de la crisis soberana de hace una década vistas desde el sur de Europa. Pero ya no lo hace. Ya estamos totalmente despiertos. Y no me parece ni falso, ni imperio.