✔︎ Qué hacer con el blue check... y con Twitter
Acudimos a Twitter buscando tres cosas con mayor frecuencia que a otras plataformas: autenticidad o veracidad, relevancia, y calidad. Pero ¿es buena idea dejar todo ello en manos de una sola autoridad
El dilema general
Para que las plataformas mantengan o aumenten el valor social que tienen ahora mismo necesitamos que sean grandes y omni-abarcadoras; necesitamos estar todos en ellas. Pero sus externalidades negativas, su fragilidad ante ataques o fallos, la enormidad de las consecuencias de cada decisión que toman se deben precisamente a su tendencia a convertirse en enormes cuasi-monopolios. Este es el dilema central en torno a las redes. Y con Twitter adquiere una dimensión especial porque es el lugar en el que están las élites cognitivas (© Ramón González Férriz) y quienes aspiran a serlo o simplemente quieren escuchar lo que tienen que decir. Así sea para atacarlo.
Aunque la mayoría del contenido en Twitter no es político, la plataforma se ha convertido en el estándar para el debate público. Cuando hay un evento específico y relevante, vamos a Twitter a seguir tanto el desarrollo de los acontecimientos como la conversación al respecto. Cuando un mandatario tiene algo que comunicar, Twitter es la pieza fundamental de sus herramientas disponibles. La propia lógica de funcionamiento de la plataforma prima el texto, su difusión rápida y la conversación abierta en torno al mismo. Es lo más parecido a un ágora que la Humanidad ha producido.
Todo esto quiere decir que acudimos a Twitter buscando tres cosas con mayor frecuencia que a otras plataformas: autenticidad o veracidad, relevancia, y calidad. Pero ¿es buena idea dejar todo ello en manos de una sola autoridad enorme y centralizada?
El caso específico del blue check
La verificación (blue check) ha sido y es un ejemplo específico de estos problemas derivados. Se ideó como una manera de señalar fuentes de origen cuya autenticidad era confirmada por una autoridad central: Twitter. Pero al tratarse de un signo general se confundió la autenticidad con dos atributos relacionados pero distintos: calidad y relevancia. Es normal: en un sistema de vigilancia abierta en el que la audiencia debe filtrar una cantidad ingente de información cualquier atajo es de agradecer porque ahorra tiempo y esfuerzo cognitivo. Y en eso se convirtió el blue check… al principio, claro.
Tras varios años las inconsistencias entre autenticidad de la fuente y calidad/relevancia de lo que tenía que decir se volvieron evidentes: no todos los que estaban marcados de azul parecían mantener opiniones consistentes ni veraces, especialmente a ojos de quienes estaban del otro lado del espectro ideológico. Esto se produjo de lado y lado, pero con un desequilibrio hacia uno de los dos: al fin y al cabo el blue check es una señal de las élites cognitivas del siglo XXI y hay un set de valores más prevalente en ese grupo.
Los cambios constantes en los criterios de asignación de blue checksy la poca claridad al respecto alimentó la sensación de sesgo y arbitrariedad en torno a la atribución de la señal. Musk de alguna manera logró alinear su mensaje con el anti-establishment, demostrando una vez más que las hipótesis que te explican el mundo como una competición entre élites son superiores a las que te lo tratan de explicar a partir de la manipulación coordinada de una élite monolítica.
A partir de aquí había tres caminos a seguir.
Reforma. En uno Twitter establecía unos criterios claros y permanentes para la concesión de blue checks, revisaba los ya concedidos con ellos en la mano y los que quedaban por conceder.
❗️mantiene los problemas de confusión en la señal (aminorados por la publicación de criterios claros pero irreductibles llegados a cierto punto) y el cuestionamiento constante sobre la autoridad central que los atribuye.
Mercado. En otro se admitía su naturaleza difusa que colapsa autenticidad con calidad/relevancia y se acoplaba con otros bienes dentro de la plataforma para quienes estuvieran dispuestos a pagar por esa señalización.
❗️implica una degradación del valor de la señal
Eliminación. Por último estaba la alternativa de eliminarlo por completo.
❗️renuncia a una señal que, aunque imperfecta, es reconocida y costó mucho tiempo de construir.
Entre estos, y siendo consistente con el dilema central, mi orden de preferencias debería ser (y es) que los costes de la eliminación o de una transformación del blue check en un producto más en un mercado son mejores que la reforma. Así lo pienso. Creo que mantener su lógica actual no es buena idea porque asociar una señal de prestigio cognitivo difusa con una decisión centralizada termina centrándose simplemente en un cuestionamiento de quien toma esa decisión. Creo que es mejor, como Twitter ya había empezado a hacer antes de Musk y Elon pretende reforzar, añadir señales más específicas para la afiliación con gobiernos de aquellos medios, entidades y personas que las tengan.
De hecho, el coste de degradación del blue check no sería más que cerrar el spread en la valoración del mismo: un poco reconocer entre todos que un blue check no vale tanto como algunos se piensan. En ese sentido, el precio inicialmente filtrado de 20$/mes no tenía sentido alguno. Algo en el entorno de los 4-7$ incluyendo otros servicios ya empieza a sonar más acorde con la posición ex ante del mercado.
La eliminación completa del blue check y reemplazo por un sistema de verificación más específica, atada a definiciones que cargan su propio prestigio o desprestigio (“medios afiliados al gobierno”, “periodista”, etc) sin depender de la plataforma también me parece superior al equilibrio actual por las mismas razones.
Ahora bien: que esté de acuerdo en principio con la aproximación de Musk a este problema específico no quiere decir que esté de acuerdo con su aproximación al problema más general de la gobernanza de plataformas que tienden naturalmente a la enormidad, a la concentración de relevancia, y al monopolio.
Vuelta al dilema general
Aquí va una máxima contra-intuitiva: la calidad de un sistema de toma de decisiones no sólo ni principalmente se debería medir por el resultado de dichas decisiones ex post, sino por la manera en que se distribuye el poder a la hora de tomarlas. Si tenemos una preferencia fuerte por que el poder esté distribuido, preferiremos sistemas con más de un punto de veto. Yo tengo esa preferencia con las plataformas.
Aparte de la posibilidad de no hacer nada, hay cuatro caminos a tomar para manejar el dilema del tamaño. Empecemos con las dos aproximaciones más mencionadas últimamente, y también más radicales:
→ Nacionalizar. Hay gente que defiende que Twitter es como una compañía de infraestructuras por la que en lugar de circular energía o agua, circula contenido. Desde este punto de vista, el monopolio natural sería inevitable y por tanto estaría justificado que lo manejase el Estado para reducir las externalidades negativas y asegurar el interés general.
❗️ Paga un precio demasiado alto en el dilema entre escala y control. No creo que sea operativo sin un coste descomunal que los ciudadanos/usuarios no están dispuestos a aceptar. Dicho de otra manera: se me antoja en exceso difícil mantener una división tanto vertical/funcional como horizontal/competencial contra la naturaleza de las economías de escala.
→ Trocear. Si las plataformas son demasiado grandes, podría obligarse desde la regulación anti-monopolio a dividirse en sus componentes lógicos: por ejemplo, una empresa dedicada a la infraestructura; otra al manejo de contenido y usuarios; otra a la publicidad. O también se puede dividir en horizontal, fomentando la competencia entre plataformas mayor a la que ya existe.
❗️ El contenido no es electricidad, ni agua. Un Estado (y el gobierno que lo dirija en cada momento) tiene incentivos claros para que el agua o la energía llegue a cuanta más gente, mejor, aunque haya riesgo de captura por parte de grupos de interés o de votantes con especial peso que podrían acabar teniendo mejores servicios. Pero con el contenido los incentivos del Estado, y especialmente del gobierno de turno, son muy distintos: filtrar, manejar, subrayar, esconder (censurar, si se quiere).
→ Protocolizar. Esta ruta es más complicada. Implicaría separar la base estructural de Twitter (su grafo social - es decir, quién sigue a quién; el contenido - los tweets; y la interacción con el mismo) de la capa superficial con la que se accede a esa base estructural (la app, incluyendo políticas de moderación, relevancia/irrelevancia, etc). De esta manera Twitter base se convertiría en una especie de protocolo abierto, accesible y compartido, fomentando la competencia entre plataformas construidas sobre ese mismo protocolo.
❗️ El valor de Twitter para el usuario no sólo está en observar el conjunto del contenido filtrado por preferencias individuales de relevancia, sino también en observar y participar en los mismos términos de lo que es relevante/visible para el resto. Así que la probabilidad de convergencia de los usuarios en una sola de las nuevas plataformas; o de convergencia de características entre plataformas, creo que es muy elevada. Además, esto no soluciona el problema de concentración del poder sobre Twitter base.
→ Dividir internamente el poder. Creo que la única manera de mantener los beneficios (la inercia, de hecho) de las economías de escala y minimizar sus costes es establecer por norma que las plataformas deben tener una estructura de poder internamente dividida. De esta forma los participantes en la toma de decisiones con poder de veto son varios, lo cual minimiza el riesgo de captura específica, pero respeta . Esta aproximación implica una serie de regulaciones adicionales, por ejemplo:
✖︎ A partir de cierto tamaño, toda empresa dentro de la categoría amplia “plataforma” deberá mantenerse pública. Es decir: en acciones adquiribles en el mercado abierto.
✖︎ La posesión del accionariado no deberá estar en exceso concentrada.
✖︎ Habrá límites también a la presencia y propiedad de entidades estatales en el accionariado. No queremos que China (o Arabia Saudí) acabe con demasiado poder sobre una plataforma por la que circula contenido relevante para la toma de decisiones en nuestras democracias.
Esto es solo una lluvia de ideas con un montón de problemas de implementación asociados. Pero por ahora me basta con transmitir que convertir Twitter en algo que esté bajo el exclusivo control de Elon Musk me parece que no sólo no evita los problemas asociados con la escala de la plataforma, sino que potencialmente los agrava. No sabemos a qué presiones o incentivos está expuesto Musk en cada momento. Por otro lado, la unilateralidad en las decisiones incrementa el riesgo de que sean drásticas e irreversibles. Incluyendo los errores.
Todo lo anterior se extiende a cualquier tipo de empresa que tienda a ser un (cuasi)monopolio natural en su área de actividad y que realice una actividad que nos parezca demasiado importante como para dejarla en manos de una sola entidad opaca y que no responda a ningún otro poder de veto. Además, se vuelve aún más importante en un contexto de desacople económico y de confianza respecto a Rusia, China & co. Ejemplo: 🇨🇳 quería comprar el 35% de la entidad que maneja una de las terminales del Puerto de Hamburgo; 🇩🇪 limitó su entrada a un 25% (y aún me parece mucho).
El mayor riesgo de esta ruta (que es mi preferida) es, creo, la arbitrariedad en la decisión de qué empresa es “demasiado importante”. ¿Por qué Twitter sí, pero Amazon no? ¿Es algo PayPal parte de esta clasificación? Definir una serie de criterios coordinados EEUU-UE-UK sería un necesario (aunque enormemente complicado) primer paso.
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BTS no tiene ninguno de los siete tweets más retuiteados de la historia, pero desde el octavo hasta el trigésimo más difundidos la lista es prácticamente suya. Este es uno de ellos. Y, bueno, resume bastante el espíritu de lo que trataba de defender en esta pieza.
Por cierto, es posible que Musk se cargue Revue. Si es así, nos vemos en Substack ¯\_(ツ)_/¯