Quién sale perdiendo realmente con la IA generativa
Creo que ganarán los creadores que compitan mejor ya por escala o por calidad; perderá el resto. Y con esto en mente tendremos que pensar cómo modificamos nuestras normas e instituciones.
Me gusta ese paisaje. Lo hice con Stable Diffusion pidiéndole un “paisaje de ciudad distópico con toque melancólico e iluminiación de atardecer, al estilo de Studio Ghibli”. Pero claro, para que el retrato existiese antes tenía que haber un Studio Ghibli.
Tenemos a muchos artistas, ilustradores y otros creativos en pie de guerra. Algunos de ellos amigos míos. La idea de base es que la nueva tecnología se apropia de su trabajo sin recompensarlo de ninguna manera.
Tenemos dos formas de remunerar la creatividad: el salario y la propiedad intelectual. Ambas se basan en el valor del resultado, pero bajo lógicas distintas. Para el salario normalmente el valor es ya evidente en el presente, y además se considera que la contribución no es original. Usamos mecanismos de propiedad intelectual (patentes, derechos de autor, etcétera) cuando el valor presente es menor al valor futuro potencial, y además hay una contribución distintivamente original de partida.
La definición legal de originalidad es inevitablemente gris. La norma trata de dicotomizarla, porque en algún momento un tribunal tiene que decidir si un músico, escritor o pintor cruzó una suerte de línea que implica que le debe algo a otro: sea porque lo tomó como referencia o porque ejecutó una parte de las tareas que llevaron a la obra obteniendo solo un salario cuando además merecía parte en la propiedad intelectual. Pero lo logra a duras penas (véase el caso Radiohead vs Lana del Rey).
Es decir: en nuestro sistema actual para remunerar la creatividad ya asumimos que siempre hay un punto de referencia anterior, que existe una contribución de más de dos manos sobre un mismo producto, y que la definición de la línea es negociada en cada momento aunque hayamos definido una serie de parámetros de referencia en nuestras leyes.
¿Creatividad gratis?
Ahora entra la IA generativa y su brutal reducción de los costes de entrada, de varios de los pasos necesarios para la creación. Hasta ahora el grado de originalidad en los resultados es tan bajo que casi todo lo que parece capaz de reemplazar afecta más a quien cobra un salario gracias a la creación que a quien vive de su propiedad intelectual. El copywriter o el fotógrafo de stock está en más riesgo que el poeta o que Annie Lebowitz. Pero eso es solo con la tecnología de hoy. Se adivina un futuro posible en el que ambos perfiles estarán igualmente perplejos. Por eso la IA generativa preocupa ya a quienes tienen más capital invertido hasta ahora: humano (se han formado), social (tienen contactos), económico (tienen herramientas que quedan obsoletas, software incluido), por lo que es natural que demanden una mayor protección.
Ante esto se abren dos dudas necesarias, razonables:
1 ¿Cómo seguimos fomentando la creación de valor mediante la creatividad?
2 ¿Cómo protegemos a quien pierde a corto plazo?
Quiero contribuir a responder a esas preguntas, pero para eso me parece que hay un paso previo.
La nueva destrucción creativa
No me parece una hipótesis razonable pensar que toda persona cuyo flujo de tareas comprenda algunas (pocas o muchas) que puedan ser reemplazadas total o parcialmente por una IA generativa vaya a salir perdiendo. Ni siquiera a corto plazo. No es lo que estoy viendo en mi día a día, ni tampoco es como este tipo de procesos suelen funcionar. El economista Joseph Schumpeter acuñó el término de “destrucción creativa” para referirse al proceso según el cual una economía de mercado reemplaza viejas maneras de producir con nuevas formas. Un proceso en el que se destruyen empresas, puestos de trabajo y la unidad mínima en que se dividen ambos: las tareas; pero se generan nuevos porque la tecnología abre el espacio para crear de manera distinta. Habría, por tanto, perdedores, pero también ganadores.
Con la IA generativa, mi hipótesis es que van a salir ganando quienes se aproximen a su sector o a su labor creativa de una de las dos siguientes maneras: ofreciendo un producto o servicio en serie con una calidad media, o a medida y de alta calidad. Y perderán los que no trabajan a escala pero tampoco destacan por la calidad del resultado.
El grupo serie-media podrá producir más en el mismo tiempo gracias a la automatización de tareas creativas; el grupo a medida-alta tendrá más tiempo para dedicarse a las partes del proceso creativo en las que más valor añadido pueden poner, automatizando las tareas necesarias pero semimecánicas. Sin embargo, si estás en a medida-media te resultará ahora aún más difícil competir por escala en tu rango de calidad, y por calidad en tu rango de escala, contra alguien que te va por delante en alguna de las dos dimensiones.
Esta hipótesis no es tan lejana al marco con el que la economía del trabajo piensa en la automatización de tareas desde hace unos diez o quince años. Fue gracias al trabajo seminal de David Autor y coautores. Postulaban que aquellos perfiles laborales compuestos por tareas complementarias a la tecnología más avanzada para automatizar procesos en cada momento saldrán ganando, mientras quienes tengan un set de tareas más sustituible saldrán perdiendo. En mi hipótesis sobre la IA generativa pasa un poco lo mismo: si todo tu proceso creativo es reemplazable por la tecnología del momento y no añades nada en el margen ni en escala ni en calidad, creo que estás peor posicionado. Y, no lo perdamos de vista, esto puede ser especialmente doloroso en un país con un tejido industrial hecho de pequeñas empresas con dificultades históricas para crecer o para innovar.
Creo que partiendo este marco podemos responder mucho mejor a las preguntas centrales de política pública: ¿cuál es la infraestructura legal e institucional que mantiene la generación de valor mediante la creatividad a largo plazo? y ¿cómo protegemos a los perdedores a corto plazo? Pero en este texto lo dejaré aquí, porque necesito madurar un poco más la hipótesis y las ideas derivadas. Nos leemos en unos días.
Mientras tanto, si te has quedado cavilando sobre la noción de calidad en el proceso creativo (la de cantidad me parece que está bastante clara y poco sujeta a debate), quizás esta exploración en forma de libro te resulte interesante. Llegué a él gracias a Ter y su curso de introducción a la historia del arte, que he disfrutado mucho. Recomiendo consumir antes al tiempo: el curso como guía clara y estructurada; el libro como reflexión abierta que no llega a conclusiones específicas, pero sí parte de un punto nítido que le da la vuelta a la frase de Kase O “calidad como cualidad” y la convierte en “cualidad como calidad”.