🤍 Simone Biles & cómo mejorar las conversaciones sobre salud mental
Mejor si son libres, precisas, con equilibrio en las voces y enfocadas en herramientas. Creo.
No hace ni 22 minutos desde que escribo esto que Simone Biles ha puesto el corazón blanco en Twitter, y ya estamos en 3582 RTs. Estamos asistiendo a la creación de un símbolo en directo; uno que viene a sumarse al trabajo que ya había avanzado gente en el deporte (la penúltima, Naomi Osaka) o tantas, tantísimas otraspersonas fuera de él, y que va a aumentar de manera exponencial la conciencia sobre los problemas de salud mental como, simplemente, problemas de salud.
Esa es la ganancia neta del símbolo, de esta conversación entera en marcha, de la que Biles y su 🤍 solo es el último eslabón (pero que se demostrará crucial, sin duda, para avanzarla).
Ahora: también es el momento para tomar un poco de aire y pensar bien cómo queremos tener esta conversación.
El dilema
Empiezo a presentir un dilema fuerte entre dar plataforma pública y relevancia a los problemas de salud mental, y la clase de equilibrio social que deberíamos producir para facilitar su resolución.
La relevancia aporta, creo, tres beneficios clarísimos:
+ Sensibilización; especialmente auto-sensibilización. Uno puede reconocer más fácilmente como problema lo que antes no se lo parecía, o no identificaba con sus contornos nítidos.
+ Normalización. Una vez personas (particularmente aquellas de reconocido éxito) aceptan públicamente sus afecciones de salud mental, resulta gradualmente más sencillo buscar el apoyo imprescindible en el entorno inmediato con menor temor a salirnos de la norma establecida, porque ésta se va moviendo.
+ Comunidad y contexto. La sensación de no estar solo ante un problema específico sino ser parte de un espectro de problemas de mayor o menor grado que tienen tanto factores propios como externos a uno reduce la culpa contraproducente, facilita la búsqueda de salidas.
Pero con la relevancia llega el riesgo de:
- fomentar el diagnóstico impreciso o desequilibrado. Ahora mismo, este riesgo se ve minimizado porque estoy relativamente seguro de que el infra-diagnóstico supera al sobre-diagnóstico, pero me preocupa que esto no sea cierto por igual en todos los países, grupos socioeconómicos ni segmentos de edad. Si acabamos convirtiendo la conciencia sobre salud mental en un privilegio y su reconocimiento en una marca de estatus, estaremos dejando de lado a quien más tiene que perder ante este tipo de problemas.
- minimizar la importancia de una parte fundamental del trabajo que cada uno tiene que hacer, que tiene que ver con la voluntad y la intención de modificar comportamientos alineados con un trabajo clínico profundo. Aquí declaro nítidamente mi alineación basada en la evidencia disponible con las herramientas cognitivo-conductuales (y, cuando sea necesario, la medicación). La relativización de culpas, la búsqueda de factores contextuales, es una parte fundamental, indisoluble de ese trabajo. Pero no empieza ni acaba ahí; y diluir el problema o reducirlo exclusivamente a factores comunes o contextuales puede dificultar su solución a largo plazo tanto como lo ha venido haciendo la negación de dichos factores.
- alineado con lo anterior, confundir la aceptación y resiliencia (necesarias) con la victimización (contraproducente). Una vez sale del círculo inmediato de confianza, la caracterización de una persona como víctima de tal o cual problema de salud mental se puede convertir en un problema para ella difícil de advertir inmediatamente, porque todavía se premia el reconocimiento y el aumento de relevancia del problema en sí.
¿Una solución?
Creo que deberíamos ir pensando en unas guías aproximadas para seguir la conversación. Aquí van algunas sugerencias.
→ Libertad, anticipación y límites. Esto puede parecer obvio, pero cuando se abre una conversación que transita entre los límites de lo privado y lo público de manera inevitable, es necesario remarcarlo. La norma social sobre ella debería ser que cada persona debe tener libertad absoluta para decidir qué comparte y con quién al respecto, anticipando las posibles consecuencias a futuro, particularmente cuando hablamos de personas jóvenes. Por el otro lado, la audiencia y los intermediarios (los medios) debería entender estos límites y no exigir más ni menos.
→ Precisión. Esta regla podría entrar parcialmente en conflicto con la conveniencia de que cada emisor imponga sus límites, pero también tienen una responsabilidad con su audiencia, y es la de hablar con precisión sobre los problemas precisamente para transmitir imágenes realistas y útiles sobre ellos, que ayuden a quien escucha a ubicarse relativamente. La explicación por encima del relato; o mejor: el relato debe producir explicación.
→ Equilibrio en las voces. Es relativamente factible y necesario que personas que se encuentran al mismo tiempo sometidas a una gran presión y cuentan con un altavoz y las herramientas cognitivas necesarias para decidir usarlo puedan hablar de los problemas de salud mental. Pero no es suficiente. Hace falta detectar y amplificar voces contra-intuitivas. A veces anónimas, otras no (hombres de cierta edad en áreas habitualmente asociadas con una masculinidad tradicional es un buen ejemplo de esto último).
→ Enfoque en herramientas. La identificación del problema es solo la primera parte. La segunda es especificar ese “busca ayuda”: de qué tipo para cada problema, dónde, cuándo y cómo. Si no es accesible para ciertos grupos, o lo es menos, por qué sucede y cómo podríamos solucionarlo. Qué otras herramientas están en competencia con las que han demostrado mejor funcionamiento y por qué deberíamos tener cuidado con ellas. En todo ello está también implícita la valorización del trabajo individual y comunitario, de la voluntad atada a la comprensión y al apoyo, sin negar el contexto y sin necesidad de casarse únicamente con discursos vacíos (de hecho, contraproducentes) del tipo “quien quiere, puede”.
La cuestión es cómo poder.
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