🔬 Un debate basado en el mérito de las preguntas que planteamos
Un pequeño alegato personal en favor de pasar de una ciencia y un debate público basado en cajitas de conocimiento a otro basado en las cuestiones que nos parezca importante abordar.
“¿Y éste no era el de la pandemia? ¿Qué hace ahora hablando de la guerra?”
Creo que nadie me lo ha dicho directamente pero por el flujo de follows y unfollows en mi cuenta me imagino que más de una persona lo habrá pensado al ver cómo mi timeline en Twitter ha pasado sin solución de continuidad de 💉 a 🇺🇦.
No, no voy a intentar justificarme sino que voy a usarme (en parte) como ejemplo.
Estudié sociología. Hice un doble posgrado en Estudios del Desarrollo y Políticas Públicas. Y escribí una tesis doctoral que no desentonaría en un departamento de ciencia política, centrada en las cambiantes preferencias sobre política laboral (y adyacentes) de las clases trabajadoras en Europa occidental.
Sobre el papel nada de ello me califica especialmente para hablar de pandemias, de relaciones internacionales, de las dinámicas políticas en dictaduras, ni de la evolución de una invasión sobre el terreno.
Pero pasa una cosa: la cantidad de preguntas relevantes sobre lo que estoy calificado para hablar sobre el papel es bastante limitado, y no siempre importan, ni le importan todo el rato a bastante gente.
Y a mí lo que me importa son las preguntas relevantes.
Creo además que tengo una serie de habilidades y me faltan otras, como a cualquiera. Primero y principal, resulta que soy adicto a adquirir nueva información (aunque esto es un rasgo, no una virtud). Además, creo que tengo una cierta predisposición a buscar, encontrar conocimiento, valorarlo críticamente, remezclarlo ydifundirlo. He comprobado en cambio que al menos en este momento de mi vida no tengo las mismas capacidades ni disposición para crearlo desde antes: de empujar la última frontera del conocimiento a través de investigación profunda centrada en un campo específico. Por eso escribo más en Twitter, en un periódico o en este correo que en Nature, en el Quarterly Journal of Economics o en el American Political Science Review. Pero los leo (y algún día quizás me dejen entrar ahí, yo qué sé).
Eso significa que mi set de habilidades (o de intereses, vamos, me da igual) me deja mejor situado para aterrizar respuestas y participar en el debate público que para hacer otras cosas. Y trato de que viajen lo mejor posible allá donde hay algo sobre lo que necesitemos producir un debate público útil para tomar mejores decisiones.
En marzo de 2020 ese algo era un virus que nos podía arrasar y, bueno, que de hecho arrasó con millones de vidas.
En marzo de 2022 es la ruptura más clara del acuerdo sobre el que se ha asentado la paz europea desde el final de la II Guerra Mundial: que los Estados no resuelven sus conflictos invadiéndose entre ellos.
Para responder a la cuestión de cómo restablecer ese acuerdo o cómo mejorarlo incluso estoy dispuesto a escuchar a cualquiera que tenga buenas ideas. Si alguien entra por esa puerta (virtual) trae un aprendizaje aplicable a comprender por dónde puede moverse la decisión de Putin o qué clase de mecanismos necesitamos para ser más seguros, independientes y ‘descarbonizados’ en nuestro consumo energético ahora que hemos decidido no confiar en Rusia le pondré una alfombra roja y ni se me ocurrirá pedirle sus credenciales.
Creo que la ciencia, que de hecho toda conversación pública (la ciencia lo es) destinada a resolver nuestros problemas y tramitar nuestras diferencias debería funcionar bajo este mismo criterio del mérito de las preguntas planteadas y de las respuestas ofrecidas.
Es normal que usemos las credenciales como proxy porque evaluar cada ítem informacional por su calidad intrínseca es muy arduo y no tenemos esa clase de tiempo… salvo los que nos dedicamos a esto. Porque nosotros sí lo tenemos y deberíamos hacerlo. Es literalmente nuestro trabajo.
Por eso estoy hablando de la guerra. Porque si no luego resulta como pasó en marzo de 2020, que alguien por agitar una credencial nos dice que las mascarillas no eran necesarias, que el virus se contagiaba probablemente por cercanía y superficie, y perdemos meses valiosísimos amplificando estas nociones sin cuestionarlas.
Nos pasa esto. Sesenta años equivocados. Empezando por la propia ciencia, ojo: Linsey Marr cazando virus de la gripe por la calle. Los encontró. Los llevó a revistas académicas de postín y nadie le hizo el caso que merecía.
Tenemos que girar. De una ciencia y un debate público encajonados en parcelas de conocimiento inconexas entre ellas a uno basado en (lo diré una vez más) el mérito de las preguntas planteadas y de las respuestas ofrecidas. Esto implica una modificación profunda de la estructura de las revistas científicas, los departamentos y facultades universitarias, los centros de pensamiento, las publicaciones generalistas y sus secciones.
No me refiero a perder la especialización por completo, ni a eliminar todas las etiquetas, ojo: eso carece de sentido porque la especialización y la definición tiene ventajas claras en la profundidad de conocimiento.
Me refiero, por concretarlo en acciones específicas, a:
multiplicar exponencialmente las conexiones entre áreas,
restarle poder predictivo a las credenciales sobre la calidad de los argumentos,
construir la acumulación de conocimiento en torno a preguntas en lugar de a las afinidades preestablecidas (tal vez así los economistas dejarán de responder cosas que los sociólogos ya se plantearon hace décadas 😙)
valorar el rango de conocimiento igual que valoramos su profundidad, como una característica perfectamente legítima (muchas gracias, lector de esta newsletter, que me recomendó ese libro 🙂 )
Eso, por cierto, quiere decir que los que participamos del debate debemos estar OK con un nivel de crítica bastante feroz hacia nuestros argumentos. Ese es el trato: no funciona si no aceptamos el ataque basado en la premisa de que el contenido debe ser mejorado, y lo asumimos cuando señala errores o incoherencias. Si no ponemos nuestra credibilidad en juego, y si no mantenemos un scout mindset. Porque nada en este mundo existe para darnos la razón.
Tampoco (ni mucho menos) una pandemia, o una guerra.
* * *
Lista no exhaustiva de gente con una voz pública que cumple con todo lo anterior y a la que aspiro a parecerme: Zeynep Tufekci, Kiko Llaneras, Ezra Klein. Y, de manera más ambiciosa todavía: Daron Acemoglu, Emily Oster, Pseudoerasmus.
Mención especial para Alberto Sicilia, un doctor en Física Teórica que se va directamente al frente en Kiev a contarnos lo que ve.
Y prometo que el siguiente envío será menos meta, más sustancioso. Mientras tanto, para compensar, dejo la última maravilla musical que el mundo ha conocido. La primera gran canción de 2022.