🔇 Por qué no regular el debate público
No creo que un filtro más fuerte sobre la oferta de información vaya a mejorar la calidad de nuestra conversación pública, y quizás ponga en riesgo su pluralidad
El presidente del Gobierno español ha decidido plantear un debate: ¿vale la pena restringir la libertad de difusión de la información para mejorar así la calidad del debate público? Mi respuesta a esta pregunta, que no solo atañe a España sino al conjunto de democracias que se enfrentan a un mercado de ideas muy distinto al de hace un par de décadas, es que no. De hecho, es un no decidido. Voy a tratar de desarrollar por qué.
El contexto: una entrada más barata al mercado de información
Antes de internet, producir y difundir información más allá de un pequeño círculo era mucho más costoso. También lo era acceder a ella. Ahora publicar es infinitamente más sencillo y barato. También comparar y elegir fuentes.
Mi hipótesis (difícil de comprobar) es que, como resultado, tenemos un debate público mucho más dinámico, cambiante, y heterogéneo en al menos tres dimensiones:
Veracidad de la información publicada
Sofisticación de los argumentos
Sesgo
[1, 2, 3] tienden a correlacionar pero no tienen por qué hacerlo. Puedes tener un timeline (usaré este anglicismo como abstracción de “flujo de fuentes de información que acaban delante de una persona o grupo de personas”) de alta velocidad, veracidad y sofisticación, pero extremadamente sesgado. También puedes tener un timeline lleno de mentiras de todos lados, más elaboradas o menos. Uno de extrema calidad: sin sesgo, con argumentos sofisticados y equilibrado. O un timeline basura: lleno de falsedades simplonas que vienen de un solo lado y atacan al otro.
El resultado por defecto de esta enorme heterogeneidad, sumada a la acelerada incorporación de nueva información, tiende más al descreimiento que a la credulidad: en esto concurro con Hugo Mercier, que considera que la respuesta por defecto a estar inundado de información cada vez más abundante variada es no creerte las cosas, más que creértelo todo. Esto implica, por cierto, que lo estratégico para quien quiera hackear un debate público no es colarte un montón de mentiras facilonas de un solo lado, sino poner en marcha todo un abanico de ellas de todo sesgo y sofisticación para que acabes por no creerte tampoco aquello que es cierto de ninguno de los lados. El verdadero peligro es no creer.
Pero la heterogeneidad también hace posible que una persona escoja un subconjunto sesgado de fuentes, las haga pasar por un alud mayoritario (“máquina de fango”), y plantee que es necesario pararlo. No tiene, ojo, cómo probar el grado de credibilidad del que goza ese subconjunto: le basta con señalar que existe y hacer pasar esa existencia (oferta) por creencia (demanda).
Las opciones y el dilema
El dilema teórico al regular la libre difusión de información es siempre el mismo.
🔇 Establecer un filtro fuerte, impidiendo que se cuelen falsedades, sesgos extremos (ideas racistas, xenófobas, sexistas…) y argumentos burdos (insultos, ataques personales, afrentas al “honor”…), pero sacrificando variedad y exponiéndonos a que quien maneja el filtro lo use en su propio beneficio, definiendo qué es falso, extremo o inaceptable en función de sus propios intereses o sesgos.
🔊 Establecer un filtro débil, permitiendo que se cuele todo lo anterior a cambio de mantener la variedad y evitando el riesgo del poder.
En el mundo anterior al abaratamiento y la consiguiente heterogeneidad del mercado de ideas, las democracias confiaban parte del trabajo de filtro a los relativamente escasos entes que existían con capacidad de publicar y difundir. Pero ahora es bastante más difícil. Lo hemos intentado con las plataformas sociales pero no ha acabado de funcionar por lo difuso de la responsabilidad y lo relativamente sencillo que es el surgimiento de nuevas fuentes por fuera de las existentes. Así que hay más rostros que se giran hacia el regulador supremo: el Estado. En ello se apalancan quienes señalan a esos subconjuntos intencionadamente escogidos para urgir al establecimiento de un filtro fuerte: “mirad las salvajadas que dicen [implícito: que dicen los otros]; ¿¡cómo no vamos a regularlo!?”.
A qué renunciaríamos
Pero regularlo implicaría sacrificar tanto dinamismo como variedad. Al menos en teoría: en la práctica resulta difícil imaginar cómo implementar controles en un entorno tecnológico como el actual, en el que esquivar las barreras tiene también un coste relativamente bajo (VPNs, webs alojadas en el exterior, etcétera). De lograrse un filtro efectivo, yo creo que sí supondría un peaje inaceptablemente alto: gracias a la rebaja de costes de entrada al mercado de las ideas tenemos acceso a información que se actualiza mucho más rápido, también dentro de la heterogeneidad hay información más veraz, sofisticada y menos sesgada que podemos escoger, también resulta más sencillo contrastar fuentes diversas. Todo ello es fundamental en un entorno de descreimiento, que es como decía arriba de lo que tenemos que protegernos, mucho más que de la credulidad. Una suerte de sistema de desmentidos o verificación centralizada simplemente no funcionaría porque una mayoría tampoco se lo creería.
Pero no me hago ilusiones: es poco probable que este argumento convenza a quien demanda un filtro fuerte porque ya está hablando desde el sesgo, y cabe sospechar que su ideal sea un timeline más bien veraz, más bien sofisticado, pero sesgado.
Probemos entonces con el argumento de quién propone el filtro. En el subgrupo de medios señalados se pueden mezclar distintos niveles de sofisticación y veracidad. Algo en lo que el propio presidente ha incurrido al mezclar bajo el epígrafe ‘webs y digitales’ a medios de diferente calidad, difusión y estándares internos simplemente por estar más o menos cerca entre sí dentro del espectro ideológico. Esto equivale a hacer pasar sesgo por veracidad. ¿Se ve el peligro, el rabbit hole en el que nos podemos meter? ¿Dónde y cómo detenemos esta confusión? Se vuelve aún más difícil en un mercado de información más dinámico, en el que todo se actualiza a rápida velocidad. Lo que alguien puede defender como no contrastable hoy puede serlo mañana y no pasado mañana*.
*Recordemos la pandemia y las mascarillas: primero era poco menos que “bulo” sugerir que podían servir, luego había que reservarlas al personal sanitario, después se volvieron esenciales, y el final de su uso también fue desigual. Mucha gente tomó partido a favor o en contra en cualquiera de estos momentos escogiendo entre la evidencia actualizada aquella que confirmaba su sesgo de partida, que coincidía a favor o en contra de tal o cual líder o partido.
Bajo este prisma, si aún crees que vas a poder manejar un filtro fuerte, plantéate ¿qué pasará cuando el filtro quede en manos de tus rivales? De quienes prefieren un timeline con el sesgo contrario y están dispuestos (de manera intencionada o no) a confundir sesgo con veracidad. Ante esto solo hay tres respuestas posibles:
a. Profundizar en la posición y llevarla hasta sus últimas consecuencias, desvelando entonces que quien defiende un filtro fuerte no tiene interés alguno en tomar turnos en el poder porque piensa que el rival forma parte de algo totalmente indeseable. Hay demasiadas voces sugiriendo este tipo de posición en las democracias occidentales actuales, incluyendo la española.
b. Proponer que el filtro quede en manos autónomas, ajenas al vaivén partidista. Comisiones independientes, jueces, etcétera. Es una manera de tratar de reestablecer el mundo del siglo XX, reemplazando los periódicos en papel, el púlpito, la televisión o el atril. Y de hecho es un poco lo que ya sucede en España, que tiene una normativa de filtro medio fuerte desde mucho antes de la existencia de internet (ejemplo notorio y reciente: un ex-político pudo parar temporalmente la publicación de uno de los libros de no ficción más exitosos de España). Pero el volumen de información es tal que la cantidad de entidades vigilantes también es extraordinario, y cada una con su propio sesgo e idea de qué es una información aceptable o no a partir de su interpretación de la norma (jueces, por ejemplo). Así que en realidad acabamos un poco donde empezamos.
c. Aceptar que [a, b] son inocuas o peligrosas y quedarnos con un filtro débil. Esta es mi opción, francamente.
Por todo lo anterior no compro que podamos mejorar el debate público a base de regulación y control. A cambio, de manera menos épica, lo mejor que podemos hacer es mejorar nuestros propios timelines. La responsabilidad debe ser nuestra.
Carnés, transparencia y voces públicas fuertes
Me he cruzado con al menos tres tipos de propuestas alternativas a establecer un filtro más fuerte sobre la oferta de información.
Más medios públicos, y mejor financiados/equipados. Esta posibilidad no afectaría negativamente a la variedad pero sigue expuesta al problema de quién maneja en este caso no el filtro pero sí el altavoz. Se puede establecer una gobernanza de los mismos más autónoma a la que actualmente
disfrutansufren la mayoría de medios públicos en España y en otros lugares. Soy escéptico a que este arreglo sea creíble a largo plazo: el siguiente siempre tendrá incentivos a meter mano.Licencias y carnés. Existe entre los periodistas y medios más establecidos una cierta tendencia a quejarse del intrusismo profesional. Primero fueron los medios digitales, luego los blogs (hola), las redes (ay, jóvenes informando por Twitch, IG o TikTok)… De ello se derivaría la posibilidad de establecer algún tipo de cerco a la entrada en el debate público con carnet de medio o de periodista. Pero en última instancia es fácil anticipar que intentar repartir o quitar estos carnés nos devolvería en el mejor de los casos al problema original de quién maneja el filtro, solo que puesto sobre las personas o las empresas en lugar de en las informaciones. Y en el peor simplemente no funcionaría, por la dificultad de control tecnológico ya descrita.
Transparencia en las cuentas: quién financia qué. Bajo el argumento de que los medios privados son poco menos que marionetas en manos de intereses poderosos (públicos, privados, o ambos) se pide que publiquen con el máximo detalle posible de dónde vienen sus ingresos. Veo dos problemas:
No creo que tener muchos financiadores pequeños rebaje tu sesgo, incremente tu veracidad ni tu sofisticación porque nada garantiza que sean heterogéneos entre sí. El modelo de suscripción de no pocos medios ideologizados depende justo de lo contrario: contribuir a timelines que refuercen prejuicios, con riesgo de penalización cuando alguna pieza dentro del medio se sale de la línea.
¿Qué es un medio y qué no? ¿Cuáles estarían sujetos a publicar sus cuentas? ¿Con qué nivel de detalle? La necesidad de responder a estas preguntas nos devuelve a una forma de ‘filtro fuerte’ con los problemas ya descritos (por ejemplo, librando a ciertas entidades de tener que someterse a la transparencia, u obligando a otras).
Otra cosa es exigir mayor explicación accesible y detallada de qué dinero se transfiere de arcas públicas a privadas.
Por supuesto que siempre se puede mejorar en este frente. Pero fijémonos que en la propia naturaleza de esta demanda está implícita la desconfianza de quien debería establecer un filtro fuerte, reforzando si acaso mi negativa a imponerlo.
En fin: un pluralismo enriquecido ideal sería preferible al caótico, pero el pluralismo caótico siempre será preferible (por mucho) al intento de "poner orden" de una parte sobre otra. Lo pienso así porque, como he tratado de exponer aquí, el pluralismo ideal no existe (variedad y heterogeneidad es lo máximo a lo que podemos aspirar en el entorno actual - yo creo que afortunadamente), y el pluralismo controlado acaba por no ser pluralismo.
(…) però afina les preguntes, afina les preguntes
que encara no he dit si soc bo, encara no saps si soc bo,
encara no he dit que m'inspiri una idea, que em mogui una gran convicció,
encara no saps si amb el meu pas pel món faig que sigui una mica millor.
Y es imposible saberlo. Me parece, por ello, también cuestionable que podemos regular las ideas en función de las motivaciones que adivinamos tras ellas.
Yo te reconozco que a lo largo de los años he cambiado mucho de parecer. Todo lo que comentas tiene mucho sentido, pero a la par me parece insufrible las cotas tan bajas a las que llega el debate en demasiadas ocasiones.
Una de las cosas que siempre me ha interesado es el quién financia qué. Ciertamente aporta valor el saber qué administraciones públicas financian qué medios y cuánto supone esa financiación para las cuentas (y subsistencia) de esos medios. Pero claro, eso sólo da parte de la imagen general, ya que no aportaría información sobre intermediarios que no sean 100% públicos, lobbies o donantes particulares con sus propios intereses. Además de que, como bien dices, el hecho de que la financiación venga de un conjunto de suscriptores no limita el sesgo (recuerdo hace años cómo eldiario.es tuvo que borrar una columna publicada por la presión de los suscriptores, como un ejemplo entre muchos).
Los bulos y fake news han existido desde que existen las civilizaciones y, aunque hayan evolucionado, nunca se les ha podido poner un límite eficaz, así que sería naïve pensar que podemos solucionar el problema de un plumazo. Aun así, quizá sí que se puede poner mayor presión para que los medios más generalistas (no necesariamente todos, pero sí los que a priori gozan de más lectores y autoridad) tengan mayores penalizaciones cuando se publican mentiras (me refiero aquí a mentiras contrastadas), así como normas de rectificación que puedan dañar su reputación del medio que las ha publicado.
De todos modos, como bien diría Rajoy, it's very difficult todo esto.
A mí me da la impresión de que nosotros, como sociedad, cada vez pedimos más al Leviatán de Hobbes, que cada vez el Estado intervenga en más aspectos de nuestra vida y libertades para garantizar no ya nuestra seguridad, sino nuestra ilusión mental de lo que es la justicia o un mundo ideal.
Yo estoy de acuerdo contigo.